Mostrando entradas con la etiqueta Santiago Celestino. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Santiago Celestino. Mostrar todas las entradas

jueves, 21 de julio de 2011

Las zapatillas de José Tomás / Por Santiago Celestino Pérez Jiménez

-Fotografía: Santiago Celestino-

Las zapatillas de José Tomás

"...José Tomás lo sabe. Sabe que está solo y se le eriza el alma. Cuantas más corridas… menos sangre y más silencio. Sólo hablan sus zapatillas..."

Santiago Celestino Pérez Jiménez***

Valencia, 22 de Julio de 2011.-
El mito surge de la leyenda no de la historia. Nace de la imaginación creadora y no de la observación. Don Quijote, Don Juan y Celestina viven en nuestras almas. Tanto el soñador como el burlador o la embaucadora se sirven de la palabra. Sin embargo, en los toros se habla de la sabiduría del silencio. José Tomás, el torero del silencio, en palabras de Luis María Anson, revolucionó la temporada taurina de 2007. Desde su reaparición, el 17 de junio en Barcelona, fue portada de periódicos nacionales e internacionales como The Wall Street Journal; abrió los informativos y programas del corazón; llenó las plazas y las carteras de los reventas con las barreras a 1.500 euros. Todo, fruto de su toreo, de su sangre y de su silencio. Gracias a la sensibilidad y el acierto de Simón Casas, José Tomás resucita para el toreo en la próxima Feria de Julio y convierte a Valencia en el epicentro del planeta taurino.
Como los héroes de Shakespeare y Cervantes, Hamlet y Don Quijote, El Juli y José Tomás se retaron en Ávila. Tarde en la que Ponce se cayó del cartel. Frente al idealista que obra, ganó El Juli que piensa y analiza y perdió la Fiesta porque faltó el toro. Esperemos que no se incurra en el mismo error y la corrida de El Pilar tenga las hechuras y el trapío que exige una plaza de primera como Valencia.
José Tomas tiene alma quijotesca. Un hombre de ojeras incoloras con miedo a ser un náufrago solitario. Un torero al que sus ideales lo empujan al sacrificio. El público lo ve como una fría máquina sin sangre al servicio de la muerte. Linares siempre Linares y Manolete, su ídolo. Si Manolete es el búho con un halo de trágico unamuniano, José Tomás es el quetzal, un pájaro maravilloso, en vías de extinción, con pecho rojo, el cuerpo de un verde tornasolado y con una enorme cola rizada. Es el símbolo de la libertad porque cautivo, muere. Muerte que rondó a José Tomas en la plaza de toros de Aguascalientes, patria del quetzal cuando México se llamaba Tenochtitlán, la tarde del 25 de abril de 2010.
“Abril el mes más cruel, criando / lilas de la tierra muerta, mezclando / memoria y deseo, avivando /  raíces sombrías con lluvias de primavera”, canta el poeta T. S. Eliot. Resulta curioso que esa tarde de primavera, igual que el día de Ávila, José Tomás luciera un terno grana y oro, con faja y corbatín verdes. Sí, los colores del quetzal.
Llega el momento de la verdad que en los toros es sinónimo de muerte. José Tomás renace para el toreo el 23 de julio en Valencia. En él confluyen dolor y gozo, materia y espíritu, creación y destrucción. Acertaba el maestro Luis Francisco Esplá al señalar en su artículo “Esto me está matando”, publicado en El País el 9 de junio de 2007, que el alma del torero tiene algo de zapatilla gastada. Y añadía: “Cuantas más corridas… más experiencia, sí, pero menos suela”. José Tomás lo sabe. Sabe que está solo y se le eriza el alma. Cuantas más corridas… menos sangre y más silencio. Sólo hablan sus zapatillas.
Firmado: Santiago Celestino Pérez Jiménez. Profesor de Crítica Literaria de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia.

miércoles, 29 de junio de 2011

La voz de los muertos: Berlanga, Lorca y Zapa…/ Santiago Celestino Pérez Jiménez

Óleo de Justo Girón, La postrimería de un aristócrat



La voz de los muertos: Berlanga, Lorca y Zapa…

Santiago Celestino Pérez Jiménez***
Ha muerto Berlanga. Desde el plano cenital del azul albero, junto a Lorca, se lamenta de la piel de toro, su vaquilla, abandonada en el rastrojo europeo. Cineasta y poeta barruntan el olor corrosivo del miedo que paraliza España. Saben que el miedo, como el odio, huele a moho. Miedo sintió Federico en Madrid la noche del 13 de julio de 1936 al enterarse del asesinato de Calvo Sotelo y verse obligado a viajar al sur, siempre el sur, su Granada, para atender la llamada de la sangre. Lorca quería celebrar el 18 de julio, San Federico, con su familia en la Huerta de San Vicente. Miedo padeció Luis la mañana del 13 de julio de 1941, al enterarse de que partía de España la División Azul por la llamada de las armas. Berlanga se alistó para evitar represalias por ser hijo del gobernador civil de Valencia durante la República.
Pánico sentía el banderillero valenciano Enrique Berenguer Blanquet cada vez que olía a cera quemada, ese olor empalagosamente dulce de la muerte. “Huele a cera” dijo Blanquet en el patio de caballos de Talavera de la Reina, la tarde del 16 de mayo de 1920, y su maestro Joselito el Gallo murió en el ruedo. Dos años después sintió el mismo hedor en Madrid. Esa tarde Pocapena, un toro del duque de Veragua, infería una cornada mortal en la cavidad ocular al heredero del trono taurino, el torero valenciano Manuel Granero. La última vez que Blanquet olió a… fue el 15 de agosto de 1926, toreaba en Sevilla a las órdenes de Ignacio Sánchez Mejías, cuñado de Joselito y amigo de Lorca. La corrida terminó sin ningún percance pero en el tren, camino de Ciudad Real, Blanquet moría de un infarto.
Huele a miedo dice Berlanga. Huele a cera contesta Lorca. Atraídos por estas fragancias se suman a la mesa camilla del azul albero dos amigos del poeta. Uno, su maestro, Manuel de Falla; otro, su discípulo, Sánchez Mejías. El torero dejó la España de galgo y chopo en 1934 por culpa de la cornada de Granadino, otra vez el toro y el destino. El músico se exilió en 1939 de una España donde reinaba el odio y el azabache para morir en la provincia de Córdoba: pero la Córdoba de la República Argentina en 1946. Un año después Berlanga cambiaría las letras por la cámara. Los dos, músico y torero, solicitan noticias al recién llegado.
Con tristeza en la mirada Berlanga echa mano de su ironía, esa mano izquierda que le salvó tantas tardes del pitón de la censura, y confirma que en Cataluña han despeñado las corridas de toros con el verduguillo. Y añade que en el ruedo político, algunos remueven la sangre de los muertos (a Lorca le oculta que también hollan la tierra) para resucitar las dos Españas y que han venido de Europa para enseñarnos a lidiar el toro zaíno de la crisis. Huele a miedo.
Con el llanto en el alma siente una lágrima de esparto en la que se confunden poeta, torero y músico. Berlanga recuerda un verso de Luis Rosales, poeta falangista que protegió en su casa de Granada a Lorca, La vida es una lágrima testaruda. Sabe, como Falla, que el exilio es hijo del odio. Sabe, como Lorca, que del matrimonio del odio y de la angustia nace la calumnia. Sabe que no saben que algunos políticos susurran estiércol al oído y que la calumnia ha puesto sus huevos en la herida. La calumnia es la simiente de la separación, no trabaja para la vida sino para la muerte. Huele a cera.
Poeta, torero y músico ven, ya, al cineasta en su lágrima. La vida es una lágrima testaruda, al eco de este verso se presenta su autor que escucha con coraje a Joaquín Amigo, director de la revista literaria Gallo y causante de la amistad entre Rosales y Lorca. Los seis se preguntan: ¿Y la verdad? Verdad fue que a Joaquín Amigo, unos soldados republicanos lo arrojaron al Tajo de Ronda, cuna del toreo. Verdad es que, una semana antes, a su amigo Federico lo fusilaron unos soldados nacionales junto a dos rateros, dos banderilleros y un maestro de escuela.
¿Y la verdad? Entran ganas de citar a Machado: ¿Tu verdad? No: la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela. Cierro los ojos y veo a José Luis arrastrado hacia el garrote vil (no se asusten, me refiero a Nino Manfredi el empleado de pompas fúnebres en la película El verdugo) como si fuera el condenado y no el… Abro los ojos y veo políticos que su única verdad es el silencio.
Este año con permiso de la autoridad y si no al siguiente, en la vaquilla berlanguiana habrá elecciones. En mi conciencia retumba un verso del poema “La voz de los muertos” de Luis Rosales, sí el poeta falangista que se jugó la vida para salvar a su amigo García Lorca. Es la penúltima vuelta de tuerca antes de estrangular este artículo: Y tú ¿qué harás ahora? Tú, la España de siempre.
***Santiago Celestino Pérez Jiménez.
     Profesor de Crítica Literaria de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia.