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viernes, 2 de septiembre de 2011

Maleni Loreto / Por Joaquín Albaicín


(Fotografías cedidas en su día por Malena)

Maleni Loreto


Joaquín Albaicín


Nos lo contaba ella misma, cenando en La Reja, hace dos o tres Semanas Santas:
  -Sólo le conocía como torero y, en la distancia, no me atraía, no me gustaba. Pero después, la primera vez que le vi, cuando se bajó del coche, me dije: “No está mal”…
   Ella era Maleni Loreto. Él, Julio Aparicio. España empezaba a recobrarse de las secuelas de la guerra civil. Julio era uno de los máximos ídolos taurinos del momento, y Maleni una bailaora de extraordinaria hermosura y cantadísimo duende.

 -Siempre fue muy americana –nos contaba un día, de ella, un peluquero que la conocía desde su juventud.
  En efecto, Maleni -mujer de fuerte temperamento, gracia natural y sentido del humor a raudales, un alma de esas que, por muchas hojas que caigan del calendario, jamás pasan desapercibidas- iluminaba las aceras de la dolorida y canina España de los 50 ciñendo y coronando su espectacular figura con conjuntos y sombreros que eran el último grito en Nueva York y Los Ángeles. Si no recuerdo mal, es ella la beldad que, cimbreándose con donosura, baila en Santos el Magnífico, una película en que Anthony Quinn da vida a un torero al lado algunos espadas de verdad, entonces ya retirados: Cagancho, Garza, Solórzano… Sobrina de una bailaora legendaria, la primera compañía la formó Maleni con Arturo Pavón, nacido como ella en la Alameda de Hércules y padre de quien, muchos años después, sería mi mujer. Al marido torero le sucedió el hijo también embutido en seda y oro y, las tardes en que éste actuaba en la Maestranza, Maleni, hecha un manojo de nervios, se encerraba en el templo del Gran Poder y pasaba la tarde dialogando en alto con el Nazareno, para regocijo de la concurrencia.

  Retirada de las tablas tras su matrimonio, la vi muchas veces bailar en fiestas, entre amigos, en los tentaderos que animaba con sus ojazos felinos. Sólo una vez sobre un escenario, cuando, en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, saltó de espontánea en el fin de fiesta y, con la chaqueta que le lanzó su hijo, pegó cuatro lances al aire que la concurrencia jaleó con pasión. “Cuatro lances de Maleni”, titulé la crónica para ABC

  Ahora, en el ocaso del verano, Maleni se ha ido por sorpresa, igual que llegaba siempre. En la comitiva que cuantos la quisimos formamos para acompañarla hasta su última morada en el cementerio de San Fernando, donde reposan tantos grandes, figuraban muchos apellidos de las artes y el toro. Gafas negras y lágrimas sinceras despidieron a quien tantísimas veladas alegró con su sonrisa. En el último momento, alguien echó sobre ella un capote de paseo, que le servirá de carro de Elías para el viaje a los Cielos.

 Con Maleni, mujer de entraña con quien tanto reímos, se va una historia de amor forjada en los días en que Rafael El Gallo y Juan Belmonte hacían tertulia en el Britz Los Corales y la calle de Alcalá hervía de cafés y mentideros taurinos. Por la tarde, en la Basílica de la Macarena, lo mismo que aquella noche del teatro madrileño, su hijo Julio lanzó la chaqueta al altar, a modo de homenaje a la sentida homilía del sacerdote. Maleni, claro, ya no estaba allí para recogerla y regalarnos cuatro lances. Pero creo que, a mí y a todos los presentes, nos pareció verla. ((Opinión Y Toros)


La sonrisa de Malena
En la Feria de Sevilla con su hijo Julito







Arte y temperamento
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jueves, 18 de agosto de 2011

"Pansequito" y su manifiesto / Por Joaquín Albaicín





"Pansequito" y su manifiesto


"...Parece ser que ha escrito —no sé si solo o con otros cantaores- un manifiesto denunciando, más o menos, que, desde hace tiempo, en los festivales organizados por la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco, sólo actúan con regularidad los artistas unidos por lazos de peloteo y parranda a los funcionarietes de las satrapías socialistas..."




A “Pansequito” nos lo encontramos habitualmente tapeando en “Volapié” o jugando al dominó en “La Bendita” con Paco Dorado, Pedro Díaz, “El Bari de Triana”, Pepe Sánchez, Antonio Roldán, Ignacio Bolívar, “El Boquerón”, José Antonio Muñoz o Pablo Palomo, que llevó en sus años triunfales la ganadería de Guadalest… Allí, en “La Bendita”, solemos parar a ver la corrida por el “Plus” cuando hay feria de postín. Pero “Pansequito” es, desde hace muchos años, yo diría que desde que tengo memoria, y sin duda por eso cuenta entre sus galardones con el preciado “Giraldillo”, historia viva y palpitante del genuino cante flamenco. El último disco que ha lanzado (con “Bujío”) y que nos ha hecho llegar su productor, Antonio Benítez, desde su nido de águilas en Cádiz, lleva por título “Un canto a la libertad”.


“Panseco” pertenece —cinco años más, cinco años menos- a una generación de ecos brillantes: la de “Camarón”, “Indio Gitano”, “Bambino”, “Rancapino”, Ramón “El Portugués”, Juanito Villar, “Lebrijano”… la mayoría de cuyos exponentes rompieron aguas en “Los Canasteros”, el mítico tablao de Manolo “Caracol”, antes de volar solos, casi todos con fortuna y dando que hablar. No puede, pues, constituir ninguna sorpresa que el cante por siguiriyas que nos brinda en el disco sea de los que ya casi no se escuchan. Vibrantes como siempre suenan sus alegrías, como pastueña y bien saboreada su soleá. Pero es sobre todo por siguiriyas donde deja en el aire unas salidas que desbordan los marcos cartesianos y emocionan de modo indeleble.

“Pansequito” lleva unos días con un legajo de papeles al costado. Parece ser que ha escrito —no sé si solo o con otros cantaores- un manifiesto denunciando, más o menos, que, desde hace tiempo, en los festivales organizados por la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco, sólo actúan con regularidad los artistas unidos por lazos de peloteo y parranda a los funcionarietes de las satrapías socialistas (ese contubernio que yo llamo, en fin, el flamenco cateto). Él lo dice, claro, empleando unos términos más diplomáticos y corteses que yo. El caso es que le asiste bastante razón. Vienen a mi cabeza, por ejemplo, las palabras pronunciadas en televisión, hará cosa de dos años, por quien sin duda es la bailaora más emblemática de los últimos treinta años, Manuela Carrasco. Preguntada por su sentir al haberle sido concedido el Premio Nacional de Baile, respondió:

-Pues me ha sorprendido bastante. Será que no quedaba ya nadie más a quien dárselo.

“Pansequito”, decía, está, a mi juicio, cargado de razón. En los festivales flamencos de Andalucía, o se anda muy a bien y, sobre todo, muy a lo que haga falta con el poder socialista, o, como mucho, para disimular, se llama al artista ofreciéndole un dinero risible que, por dignidad, sólo puede rechazar. Conozco ese percal, ya que mi propia mujer, Salomé Pavón, está —si no de modo expreso- sí tácitamente vetada en esos circuitos. No recuerdo que en sus doce años de exitosa carrera —ovaciones ganadas en el Teatro Albéniz, en el Colegio de Médicos, en el San Juan Evangelista, en los Jardines de Sabatini, en el Círculo de Bellas Artes…- haya sido contratada jamás por la citada institución (¡ni siquiera con motivo del homenaje a su propio padre!), institución que, por supuesto, sí se acuerda de ella para pedirle en préstamo una bata de su tía Pastora cuando toca homenajear a la “Niña de los Peines” (y es que, para pedir prestado, no hace falta ser socialista, porque -para desgracia de la clase obrera, vaya por Dios, qué más quisieran en la Agencia- la “Niña de los Peines” no era abuela de Chaves, ni tía de Bibiana Aído ni hija de Pablo Iglesias). Y, lo mismo que Salomé Pavón, muchísimos otros flamencos de pura cepa a quienes no voy a nombrar aquí (primero, porque son demasiados; segundo, porque creo que ellos también tienen boca, y —lecciones te da la vida- yo ya sólo me mojo por quien se moja).

Claro que hablo un poco de oídas, porque, pese a haber sido en su día, y durante cosa de una década, el cronista de flamenco quizá más leído de España, y pese a encontrarme con “Pansequito” un día sí y otro no, y haber atisbado ya dos o tres veces el valioso manifiesto doblado y celosamente protegido bajo su antebrazo, todavía nadie me ha invitado a leerlo. No sé si será porque, aparte de no ser nieto de Pablo Iglesias, tampoco lo soy de Fraga. Pero bueno, un día de estos en “Volapié” o “La Bendita”, que es donde “Pansequito” mueve sus fichas y se anda cociendo todo, haré por enterarme de qué va de verdad la cosa. Y, sobre todo, esperemos que su llamamiento dé fruto y los escenarios flamencos vuelvan a oler a eso, a flamenco, en vez de a chancleta y ONG. / El Imparcial /