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viernes, 2 de abril de 2010

LA MEMORIA CRUCIFICADA / Por Fracisco Robles

Un grupo de personas observa desde un balcón el paso del Cristo del Buen Fin.
KAKO RANGEL


La memoria crucificada

POR FRANCISCO ROBLES
Sevila.-Jueves , 01-04-10

La Semana Santa es un bucle que avanza irremisiblemente y que nos engaña con ese retorno pasajero a lo que fuimos. Volvemos a las calles donde el tiempo nos alcanzó para destruir el paraíso efímero de la infancia. Y allí nos encontramos con la soledad del Crucificado que se recorta sobre un horizonte de nubes como algodón para las espinas que se clavan en sus sienes: literalmente fue así. Esa muerte nos pone en contacto con los que se fueron. Ellos son los verdaderos exiliados que ayer retornaron al barrio donde fueron felices, donde sufrieron los desengaños que nos da la vida. El barrio se pobló de sombras y de ausencias. Todo se había transformado: casas, comercios, rótulos, balcones… Nada era igual. Sólo lo efímero permanece y dura: es el triunfo de la cofradía. Y el Cristo alzado y ofreciéndose en el punto más alto de la ciudad: ese puente bajo el cual ya no discurren los raíles paralelos del tren que jamás volverá a salir de la vieja estación. El Cristo lo subió a los sones de Réquiem. ¿Hace falta explicar lo que cimbreó al cronista por los adentros?

Si San Bernardo es la hermandad de los toreros, el Buen Fin no le va a la zaga cuando le da la vuelta al ruedo donde la ciudad se juega la femoral: fe y moral unidas bajo la zancada poderosa del Señor que allí habita y cuyo nombre no es preciso pronunciar.

El Crucificado no pende de la cruz porque sus brazos se alinean para reproducir el proceso de la rigidez cadavérica. Su cuerpo inerte recibía los rayos de un sol que se colaba entre las ramas podadas de los plátanos. Detrás, la banda de la Centuria. Armaos en San Lorenzo como un presagio de lo que ha de llegar en cuanto el tiempo se cumpla. Alea jacta est. Al mando del paso, alguien que lleva el apellido Laffón para que se cumpla el rito: el capataz no es más que un poeta que va marcando el ritmo de esa estrofa ciega que componen los costaleros.


El cronista se metió en las honduras de la fiesta. En el tuétano mismo. San Bernardo y San Lorenzo. Fue paseando por una Sevilla calmada a esas horas de la tarde. Calles semivacías donde no se alineaban las sillas de los chinos que sirven para convertir el corazón de la ciudad en una playa donde la gente come, bebe, charla, juega a las cartas y espera el paso de una cofradía como si fuera un desfile de gigantes y cabezudos. Tampoco estaba el suelo cubierto de latas, de desperdicios que nada tienen que ver con la inmaculada luna del Parasceve cuando la noche aloba las cuestas empinadas del Bacalao o del Rosario. El cronista paladeó esas horas muertas que se refugian en el regazo de la Virgen de la Piedad.
El paso dejó Pastor y Landero y se salió a los medios de Reyes Católicos. Las manos bajas, el Hijo en el hule. Un costalero con la ropa de trabajar en forma de percal amarillo y rosa. O mortal y rosa, que sería más exacto. Para rematar la faena, un canasto de albero tallado que desafiaba con sus brillos al lento apagón del poniente.

Reflexión
Después de haber alzado la vista a los cielos crucificados del Miércoles, el cronista se entregó a la necesaria reflexión mientras cruzaba calles silenciosas donde la muerte se adivinaba en los patios dormidos. La Semana Santa sobrevive porque no hay lanzada que pueda con ella. Los navajeos sobran cuando Cristo se entrega hasta el límite de sus entrañas sobre el canasto catedralicio que talló Guzmán Bejarano. Barroco sobre gótico entre los Hércules de la Alameda: fusión total. Tampoco hay nada que hacer cuando la noche cae y el Cristo de Burgos nos enfría por dentro con esa curva de ballesta en tensión que domina su silueta. Hachones como tiniebla encendida a la ida por Imagen. Sobresalto y quietud a un tiempo.
La frase con que Goethe se defendía de la oscuridad antes de morir se podría aplicar a la jornada de ayer: «Cruz, más cruz». De la cruz a la luz sólo hay un paso. El del Cristo de las Siete Palabras. Calvario en el estricto sentido de la palabra. Cruz alzadísima hasta el límite de lo inestable. Las pupilas no se fijan en el ambiente frívolo que rodea a la fiesta. Siempre fue así. Sólo hay que leer a Núñez de Herrera, a Roberto Arlt, a Oliverio Girondo, a Charles David Ley, a los cronistas que no se han quedado en el pan de oro y han descrito el vino de las tabernas. «Cruz, más cruz». Hace falta que la cruz se eleve sobre la futilidad de lo cotidiano, sobre la ciudad cutre que navega sin rumbo, a la deriva, como un barco sin timonel que busca su rumbo en la Virgen del Carmen que hunde su ancla en la calle Feria.
Hace falta levitar aunque sea en el sentido figurado de la palabra. Elevarse sobre la mediocridad imperante. Recrearse en esos claroscuros que los imagineros barrocos marcaron en los cuerpos moribundos, expirantes o inertes. Buscar a Dios en esos juegos de luces y sombras que los altos candelabros de guardabrisas establecen cuando llega la noche y todo lo cubre… aunque no llegue a tapar la chabacanería que siempre fue unida a la liturgia callejera.
Antes de que cayera la noche sobre los Crucificados, el Cristo de la Sed llegó a la Alfalfa para que volviera a representarse la escena que describió magistralmente el maestro Garmendia. Aunque ayer no hacía demasiado calor, la gente pedía la cerveza de La Cruz del Campo, que por algo le da nombre a la avenida donde está el templo que acoge al Crucificado de Álvarez Duarte. ¡Dos cervezas, un tinto de verano y un yintoni! Fuera, Jesús seguía diciendo una de sus Siete Palabras. La más estremecedora. La más humana. La que le arranca, en este momento de escritura en soledad, un jirón de ternura al cronista: «Tengo sed».

Fuente: Diario ABC

domingo, 7 de marzo de 2010

LOS TOROS / Por Laura Campmany

Toro "Joyerito" de la ganadería de Partido de Resina

LOS TOROS
LAURA CAMPMANY
ABC
Madrid.-Domingo , 07-03-10
Se preguntarán ustedes si se puede ser a la vez protaurino y antitaurino. Pues se puede. Yo allá en mis antigüedades, que es como mi hija llama a mis años mozos, fui un punto fijo del Tendido del Siete, y no renunciaba a mi escaño en Las Ventas, por San Isidro, ni aunque las más negras tinieblas agitaran los aires y todo presagiara la suspensión de la fiesta.
Recuerdo, por ejemplo, que imperaban dos normas no escritas: allí no se iba ni a comer ni a charlar. Se iba a callar, a esperar y a sentir. Desde allá arriba, no le veías a la fiera la sangre, ni el aliento, ni el cuerno punzante o afeitado, y tampoco le veías a los diestros esa piel transparente, deshabitada, como de cirio pascual, que se les pone cuando el bicho se arranca. Sólo veías esa especie de danza litúrgica o parábola exquisita que traza el toro alrededor de un hombre que, burla burlando, lo espera para matarlo. El tiempo se apelmazaba unas veces en un hastío de casino provinciano y otras veces estallaba en un carmen, en un amor brujo, en unas bodas de sangre.

Hace mucho que no voy a los toros. No me gusta ver sufrir a los animales. Tampoco voy a los desolladeros, ni a las granjas de cría intensiva, ni a las matanzas del cerdo, ni a las almadrabas, ni a las cacerías de fin de semana. Pero hoy en casa, de segundo, tengo chuletón. La lidia es el despliegue de una verdad terrible y fascinante. Nada ni nadie vive sin que otra cosa muera. Podemos asumirlo o preferir que ocurra en la trastienda. Pero creo que lo noble, lo valiente, es tenerlo, como un toro, delante.




domingo, 17 de enero de 2010

Ay, qué dolor, José Tomás no viene / Por Antonio Burgos

Ay, que dolor, José Tomás no viene

ANTONIO BURGOS

Sevilla.-Domingo , 17-01-10
POR si fuera poca la crisis; por si fuera escaso el número de parados; por si fueran contadas las empresas que pegan el barquinazo y excepciones los negocios que cierran, como las desgracias nunca vienen solas, la triste noticia, que presagiaban los más pesimistas, acaba de confirmarse. Que le pongan crespón negro a la Giralda. Me aseguran, ay, que cuando salgan los carteles taurinos de la Feria de Abril, José Tomás no estará en ellos. Qué dolor más grande.

-¿Y qué va a ser de la Feria de Sevilla sin José Tomás?

Eso digo yo. ¿Por qué cree usted que le estoy contando la triste noticia con lágrimas en los ojos y por qué cree que si tengo ojeras esta tarde no es por el soneto de Rafael de León, sino porque no he pegado ojo en toda la noche, pensando precisamente esa cuestión por la que usted me pregunta? Que no es la pregunta del millón, como puede imaginar. Tratándose de José Tomás, un millón siempre es poco para una pregunta. Y para todo. La pregunta tiene que ser de muchísimo más del millón, con uno que trague por delante, otro que no le haga sombra por detrás y toros del Núñez del Banquillo, como les decía mi catedrático de Gramática Parda don Miguel Criado Barragán, el ilustrísimo Potra. Ah, y sin televisión, que los toros no son Belén Esteban, joé, para que salgan por la tele y le gente se fije en lo que no debe.

En Sevilla no se habla de otra cosa. La adversa novedad ha sido lo más comentado en la europea Reunión Informal (porque no hay formalidad ni vergüenza) de ministros de Medio Ambiente. Llegó el italiano y le preguntó al francés:

-¿Es cierto lo que me han comentado en el hotel, que José Tomás no viene a la Feria?

Y el franchute:

-Se lo voy a preguntar a mi embajador en Madrid, el que más sabe de José Tomás. Y si me lo confirma, Europa debe presionar para que Canorea suelte la morterá y no ocurra esa desgracia. Encima de lo de Haití, lo que nos faltaba era esto.

Hay en Sevilla en estos días una general tristeza que se palpa en la calle. Nadie está para bromas. Entras en un bar y ves a la gente seria, tan callada que sólo oyes el tintineo de las cucharillas dando vueltas al café mañanero. Le preguntas al camarero la causa de la aflicción y te responde con sorpresa:

-¿Ah, pero usted no se ha enterado de lo de José Tomás?

Las peñas de amigos que ponen caseta, otros años ilusionadas con los preparativos, andan indolentes, desganadas. Es natural. Sin José Tomás, la Feria no será igual. Tendrá una alegría forzada, de puro compromiso, para cubrir el expediente. Hay quien al saberlo ha decidido ya no enganchar, como de luto por un torero, por el salvador de la Fiesta Nacional, por el centinela incansable de la Tauromaquia, por el valedor impagable (y tan impagable) de las esencias patrias. ¡Ay, Dios mío, qué pena más grande!

¿Serán negros los farolillos del Real este año? Yo los ponía de ese color, de luto ante calamidad tan irreparable. ¿De qué va a servir que la plaza del Arenal estrene su nuevo Sol Alto, sin que toda incomodidad tenga ya su asiento en las gradas, si desde las funcionales localidades no va a poder admirarse la excelsa gloria de José Tomás con la taleguilla rota, el chalequillo destrozado, la camisa hecha jirones, rebozado de albero y chorreando sangre, que es lo más armónico y estético que se despacha en el arte del toreo? Cuando se fue Curro, muchos prometieron no volver más a la plaza. Lo de Tomás es peor. Curro ya no está ni se le espera. Pero Tomás está y, ay, no se le espera. No hay derecho. Por si fuera poca la crisis, ahora esta desgracia nacional.

(José Tomás no viene a Sevilla. Bueno, ¿y qué? ¿Usted es acaso de la reventa o algo?
Ahora sí que de verdad No Passsa Nada).

Fuente: Diario ABC

miércoles, 16 de diciembre de 2009

ABC: LUIS FCO. ESPLÁ EN PARÍS / Por Juan Pedro Quiñonero


Luis Francisco Esplá
dictó una lección magistral en el
Centro de Estudios Hispánicos de la Sorbona

«Siempre estuve con los proscritos,
por eso soy torero en la España posmoderna»


JUAN PEDRO QUIÑONERO PARÍS
Miércoles 16 de Diciembre de 2009

Luis Francisco Esplá cerró su conferencia excepcional sobre «La ética del toreo» en el Centro de Estudios Hispánicos de la Sorbona, donde profesaron Jorge Guillén y Pedro Salinas, con una declaración de fe, heroísmo y extrañeza: «Yo siempre he estado con los marginales, con los proscritos. En Roma, hubiera sido cristiano. En la Alemania de Hitler, judío. Quizá por eso he sido torero en la España posmoderna...»

Invitado por la directora del centro, Annie Molinié-Bertrand, acompañada por un areópago de profesores universitarios de historia de la cultura, literatura española del Siglo de Oro, filosofía e historia de las ideas estéticas, Esplá fue presentado por Araceli Guillaume-Alonso, profesora de literatura clásica española, y Pedro Córdoba, especialista en literatura española, como un gran maestro del arte del toreo, tratado con los honores de un gran artista de su tiempo.

Hombres de acción
La invitación a Esplá culmina una larga década de estudios universitarios franceses consagrados a muy distintos aspectos del arte taurino. Los organizadores pidieron al gran maestro una reflexión íntima sobre la ética del toreo. Y Esplá dio una lección magistral, de una envergadura excepcional, con rarísimos precedentes entre los grandes matadores de toros, en los que prevalece la condición de hombres de acción.

A juicio de Esplá, hay tres aspectos esenciales en la ética del toreo: la relación entre el torero, el artista, y su «materia», el toro; la ética interna de la historia del torero y el toro; y el debate final, determinante, de la articulación práctica de esas relaciones, a lo largo de una faena que no podrá repetirse: «Un poeta, un escritor, un escultor, pueden trabajar su obra una y otra vez. Un torero está condenado a realizar su faena una sola vez. Se lo juega todo».

De entrada, Esplá considera que la «materia» del arte del toreo, el toro, «es un material sublime. El toro aporta la conciencia de la tierra, la relación de esa conciencia animal con su espacio, con su entorno, su vehemencia». Con ese «material», al que se respeta, se admira, el maestro debe realizar una faena a través de la disciplina de su arte, que tiene muchas cosas en común con la religión (el rito, la ceremonia), con la milicia (la disciplina, el deber, la soledad última ante la muerte), con la coreografía (preparando su faena), con la música (soñando una sinfonía), con el teatro y la dramaturgia más altas (puesta en escena de un rito)...

A juicio de Esplá, el proceso creador del gran arte del toreo se consuma a través de un «diálogo», mortal, entre la animalidad noble y sublime del toro y la sabiduría técnica y estética de un torero intentando plasmar su inspiración.

Dirigiéndose a profesores universitarios de filosofía, historia de la cultura, literaturas comparadas y estética, en la Sorbona, Esplá no dudó en adentrarse por las tierras de la más alta especulación estética y estética, sin olvidar nunca el terreno propio de la actualidad y el espectáculo dirigido a todos los públicos, a los aficionados de la más distinta índole.

Esplá estima que, en definitiva, el arte taurino es una iniciación ejemplar a los más nobles principios morales, amenazados en nuestra sociedad inmoral y relativista: una ética caballeresca, una defensa ejemplar de los principios cardinales de lo bueno, lo bello y lo justo. «Incluso cuando sufre gravemente, cogido en una plaza, por las astas de un toro, el torero incluso está agradecido al toro: es ese sufrimiento suyo el que justifica de la manera más alta su arte, su oficio», comentó Esplá, agregando: «El torero no percibe la cornada como un accidente. La recibe incluso con agradecimiento íntimo y secreto: ese sufrimiento suyo da su sentido último a su arte».

Valores olvidados
A juicio de Esplá, «el arte del toreo nos recuerda cada tarde muchos valores esenciales, olvidados por nuestra sociedad: la honestidad del hombre y el toro, solos; la sinceridad absoluta de quien se lo juega todo con un gesto; la fidelidad a unos principios de comportamiento, incluso a la hora de matar: el torero mira de frente, no engaña, y oficia un sacrificio ritual, con arte, un arte indisociable del gran teatro, la gran dramaturgia, pero un teatro y una dramaturgia en la que está en juego la vida misma». En definitiva, un arte de morir y vivir con gracia, un arte de aprender a morir mirando de frente, con entereza, como hombres solos, ante todos los peligros.

Fuente: ABC

http://www.abc.es/20091216/toros-toros/siempre-estuve-proscritos-torero-20091216.html


ABC: ¿Por qué la Fiesta de los toros es un patrimonio inmaterial? / Por François Zumbiehl

Ejemplar de la ganadería de "Partido de Resina"

¿Por qué la Fiesta de los toros es un patrimonio inmaterial?

FRANÇOIS ZUMBIEHL
Miércoles , 16-12-09
Por los avances tecnológicos del momento y por las dinámicas económicas vivimos en un mundo cada vez más globalizado. Pero -¡ojo!- globalización no significa neutralidad. Por el contrario una guerra ideológica, más o menos subterránea, infiltra todos los campos de la cultura.
Y no cabe duda de que las referencias y los modelos de vida de los países del norte, especialmente anglosajones, están en vía de imponerse a los demás pueblos a través de sus numerosísimas producciones audiovisuales y sus potentes medios de comunicación.
La corrida no tiene cabida en estas sensibilidades norteñas, sobre todo por el espectáculo de la muerte, y muchos quieren acabar con ella. Es la razón por la cual los aficionados hoy en día no pueden mantenerse en una actitud pasiva. Frente a sus adversarios empedernidos tienen la obligación de defender y justificar, pacíficamente pero con firmes argumentos, su amor por la Fiesta. Para ello se pueden apoyar sobre dos textos fundamentales, firmados por el conjunto de los países miembros de la Unesco: la Convención sobre la protección de la diversidad de las expresiones culturales (2005), que marca como única condición el respeto de la declaración universal de los derechos humanos, y la Convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial de 2003.


Cuando uno lee este último texto queda impresionado, pues los cinco criterios enunciados en su artículo 2 para definir el patrimonio cultural inmaterial se aplican a la Fiesta de los toros. Evidentemente ésta forma parte de las artes del espectáculo. Incluso la corrida es el espectáculo vivo por esencia, ya que dentro de unas reglas y un marco definidos - los tercios, los espacios del ruedo y los minutos contados...- todo es efímero y casi todo imprevisible.
Por eso la tauromaquia es un arte sublime, según reza la convocatoria para una cena de homenaje al joven Juan Belmonte, redactada por Valle Inclán, Pérez de Ayala y Sebastián Miranda en 1913. También entra dentro de los usos sociales, rituales y actos festivos.
¿Quién no percibe que el toreo encierra una liturgia abundante de gestos inspirados por la coreografía o las exigencias de un ritual: los brindis, el beso del matador a la taza de plata antes de iniciar la faena, los desplantes de cara al público al final de una serie de muletazos o a la muerte del toro...? Pero de manera más fundamental la tauromaquia recoge y hace revivir, adaptándolo a otros entornos y a nuevas sensibilidades, el antiguo fondo de la cultura mediterránea.
Como la tragedia griega, la ópera italiana y las semanas santas es una puesta en escena de la muerte, o, mejor dicho, una sublimación de la muerte por el arte, una exaltación de la vida y del espíritu que han sabido triunfar, aunque sea durante unos minutos, de la fatalidad y del reino de las sombras. Representa y reinterpreta a su manera el eterno combate de Teseo con el Minotauro, la victoria de la humanidad sobre la animalidad, siempre cuando aquella haya aceptado previamente correr el riesgo de fundirse con ésta y de bajar con ella a los infiernos, del mismo modo que el toreo más bello y más emocionante es con las manos bajas y una quietud que casi parece abandono.
Todo en el toreo, desde su desarrollo hasta su coreografía, está marcado por la fragilidad y el intento de superarla. Todo es una lucha desgarradora entre el ansia de eternidad y lo efímero. Esta lucha tan humana entre los extremos explica la belleza y la carga emocional que conllevan el temple, la ligazón y el arte de los remates. Sí, la muerte es el punto medular de la Fiesta, la cual sin ella se convertiría en un mero show, como el de Las Vegas. Pero no se trata solamente de la muerte del toro.
El toreo mismo nos comunica, en sus más bellas luces y sombras, la evidencia de su mortalidad. Y para intentar inmortalizarlo cuando en realidad ha desaparecido nos queda la fuerza - mortal también- de lo que hemos vivido y sentido. Con el recuerdo y con las palabras procuramos superar la finitud de ese arte tan humano y entrañable, inventando para él, dentro de nuestros límites, un más allá espiritual.

Fuera del ruedo el mundo de los toros alimenta un abanico muy amplio de técnicas artesanales tradicionales cuya permanencia está subordinada a la vigencia de la Fiesta: la confección de los trajes, de los capotes de paseo y de todas las herramientas del toreo, el manejo de los caballos y de los bueyes en las dehesas, la técnica de los tentaderos.
Asimismo el toreo alimenta un sinfín de tradiciones y expresiones orales, con su cortejo de términos técnicos, de dichos, de anécdotas que forman parte de la memoria colectiva de los aficionados. Tan es verdad que, como muy bien lo declaró el maestro Ángel Luis Bienvenida, «la torería son las conversaciones».

Teniendo en cuenta todos estos elementos, y para contrarrestar los intentos de abolición de los que no comparten nuestra sensibilidad, es hora de pensar en el proceso de reconocimiento de la Fiesta de los toros como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, al amparo de la Convención de la Unesco.
Pero no debemos olvidar los pasos previos: es imprescindible que la tauromaquia esté reconocida como tal por las regiones, comunidades y países en los cuales queda vigente, y por lo tanto que esté inscrita en los inventarios correspondientes del patrimonio cultural inmaterial. De no ser así, el reconocimiento a nivel de la Unesco queda imposible.
Para ello es necesaria una voluntad conjunta, en cada uno de los ocho países taurinos, por parte de las comunidades de aficionados y profesionales, por parte de los investigadores y expertos en el tema, y por parte de los políticos a los que tocará dar cabida a esta empresa ante las instituciones oficiales y competentes.
El expediente que se elabore deberá en particular responder a estas preguntas principales: ¿qué significado cultural tiene este espectáculo con la muerte de un toro en un acto público, profundizando lo que he sugerido más arriba? Qué valores éticos y estéticos encierra nuestra Fiesta? ¿De qué modo es un factor de identificación y de autovaloración para las comunidades aficionadas, respetando la diversidad de sus sensibilidades?

Quisiera hacer hincapié en un punto clave a la luz de las preocupaciones de nuestro tiempo. Conviene mostrar en qué modo el mundo de los toros pone en práctica conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo, y contribuye de manera ejemplar al desarrollo sostenible.
Existen unas evidencias de las cuales no parecen haberse percatado muchos ecologistas de las urbes: la Fiesta está basada sobre el respeto del toro, más propiamente de su animalidad cuyo conocimiento es indispensable para la lidia. ¿El malentendido con los animalistas, y con muchos ciudadanos, no radicará en que éstos quedan todavía fascinados por el mundo de Disney y quieren ver en cada gato, perro o vaca los rasgos de un niño bueno, un sustituto humano, ocultando su verdadera naturaleza de animal?
Por otra parte el espectáculo taurino es la mejor oportunidad para la preservación de la cabaña brava, condenada inmediatamente al matadero el día en que se acaben las corridas. Al lado de los toros criados para la muerte en la plaza viven tranquilamente en las dehesas muchos más animales bravos, sacrificados igualmente en caso de abolición de la Fiesta: vacas de vientre y sementales. Sin olvidar que cada ganadería de bravo es un ecosistema excepcional en nuestra época, en donde conviven, en su paisaje protegido de la agricultura intensiva, innumerables especies de flora y fauna salvaje.
Estoy convencido que para fomentar la afición de los jóvenes, tan sensibles al tema ecológico, lo primero y definitivo sería una visita al campo bravo.

Pregunto yo, ¿teniendo en cuenta todas estas razones, no merece la pena emprender esta tarea de reconocimiento de la Fiesta como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad?
Que el proceso será largo, bien lo sé. Pero puede haber un resultado inmediato y estimulante: que nosotros, los aficionados de los ocho países, reconozcamos y afirmemos la legitimidad de nuestra afición, seamos conscientes de los valores éticos y estéticos inherentes a la Fiesta, y compartamos por el hecho un sentimiento de hermandad.
Fuente:
Diario ABC

sábado, 17 de octubre de 2009