lunes, 21 de marzo de 2011

La insoportable levedad de lo previsible / Por Pedro J. Cáceres


Mural de Ruano, Valencia 1939***
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La insoportable levedad de lo previsible

Por Pedro J. Cáceres
Las Fallas dejan varias conclusiones objeto de análisis y debates jugosos por los matices que arroja. Si bien, poco o nada tratados darían como resultado final un veredicto confuso.
Valencia ha respondido a lo previsto. Cuatro llenos (en diferentes grados: inauguración, jueves, viernes y el día del Patrón) y dos buenas entradas, domingo de feria y corrida de rejones. El resto, lo esperado.
No está mal para una crisis; hubiera resultado igual sin ella.
Otra cuestión es la rentabilidad obtenida en un ciclo que tiene que nadar su balance de resultados y guardar la ropa para soportar la temporada, incluida la feria de julio.
Primero de los argumentos de conclusiones para escribir la letra pequeña sobre la perversión de las partidas que componen su costo. Se me antoja inviable salvo milagro similar al de “los panes y los peces”.
El inicio fallero, como casi siempre, se lo puso fácil a los plumillas y voceros: el toro como problema.
Al rematar ciclo las correcciones oportunas: ni el toro es el mayor problema (aunque manifiestamente mejorable), ni el único.
Lo que se dic corrida de toros hubo una: Fuente Ymbro. Un muestrario de diferentes grados de casta y comportamientos inherentes al toro de lidia.
Núñez del Cuvillo se decantó por una corrida de (para) “toreros”; también válida, pero en otro escalón.
También Capea, por encima de lo que se barruntaba. De ahí la importancia en “el toro” del factor sorpresa y romper la previsibilidad.
Previsible, hasta no encontrar al “gafe”, que las dos corridas de Ponce, escogidas tan escrupulosamente, hayan arrojado el saldo negativo de los últimos años.
Luego toros sueltos de alta nota: dos de Alcurrucén, al menos, 5º y 6º. El 4º de Jandilla y el 3º de Victoriano del Río. Si se quiere demos por válido el 6º de Las Ramblas.
A casi todos se les cortó la oreja.

Y esa oreja cortada, en la mayoría de los casos, fue de público cariñoso (Valencia), por lo tanto poco cotizable.

Las hubo merced a excelentes labores, pero insuficientes: de ahí, que por fas o nefas la segunda oreja de cada animal se fuera al desolladero. Nadie cortó dos de un toro.
Oreja maciza la de Manzanares, punto.

Pudo cobrar, con todo merecimiento, las dos de su segundo; pero con todo lo granado del escalafón conformándose con nota 7, cuando uno mismo sabe que está de 10 quiere el 12, arrollar.

Lo intentó, en gesto de torero nada obsesionado con los despojos, regalándonos jugarse su suerte a lo imprevisible: no asegurar en los bajos e intentar la suerte en desuso, bella —por cierto-, del “encuentro”.
Manzanares se salió de lo taurinamente correcto, le dio todas las ventajas a su toro en la lidia y al público en rubricar con firma y sello no habituales, y él no se tomó alguna. Triunfador sin paliativos, sin cábalas cuantitativas.
Orejas hubo de mérito. La de Castella, incontestable, y las de Perera; ambas (las del pacense) lastradas por los monólogos del “arrimón”, alguno obsesivo (pan de hoy…) .

Y las de El Cid, toreando ¡qué lujo! ¡Qué alegría! Pero la obra a su segundo ¡como que quedó cojita! Tal que la de Juli al único “victoriano”.

Valga la de Leandro, también con su gran componente de novedad. Punto.
Las orejas de estadística, dejémoslo ahí y lean entre líneas, fueron para Fandi, las que pasearon Tejela, Bautista y las que se dejaron ir…al igual que Pinar y Daniel Luque.
Quiero hacer una mención a la oreja de Rivera al buen 4º de una mala corrida de Jandilla y que no debió cortarse por la fealdad del espadazo y posiblemente una labor por debajo del toro, pero, y no es una provocación, me pareció una de las faenas más honestas y limpias de todo el ciclo y que me produce un mayor respeto, con 17 años de alternativa y todos los cupos de éxitos y vanidades cubierto, cuando los días siguientes se ha visto a los toreros de clase media tan pasotas unos o impotentes otros.
Y en el desmenuzamiento de la feria -leyendo lo más menudo- tengo que resaltar, sin toros, la labor y el momento de Abellán. Creo es de justicia.
Como estrambote, que no es un término peyorativo, la corrida de ayer (Adolfo Martín) previsible. Dura y áspera. Muy seria. Y tres ejemplares con casta y nobleza, 2º, 5º y 6º toros para medir a más de una de las figuras.

Oficio y cruce de cables en Rafaelillo. Voluntad desnuda en Tomás Sánchez con oreja de las de ida y vuelta y bien, puesto, Alberto Aguilar. Sorprendió por desconocido del público valenciano, pero su técnica, su arrojo, su valor, y su buen hacer no pasarán desapercibidos para este público en el futuro. Su oreja es de las de mayar peso de toda la feria.
De los rejoneadores, en festejo de perfil bajo, refulgió con luz propia Leonardo. El único torero de toda la feria que cortó dos orejas de un animal.
Los novilleros, pues eso. Son una fotocopia del mal ejemplo de sus mayores. No producen sobresaltos. Muy puestos, con muy buen corte y demás; pero todo, y todos, lo mismo. Me dijeron algo la frescura de López Simón y Silvetti.

El novillero es un escalafón a extinguir, como mucho son becarios de matador o TIR (toreritos, internos, residentes) como galenos y biólogos con el MIR y el BIR.
Resumiendo que es gerundio
Si la política y el futbol es cosa de dos y, en el caso de la pelota, luego hay sitio para otros cuatro o cinco alternándose y dejando algún hueco para sorpresas puntuales que igual que suben que bajan, en los toros sucede parecido. Pero no es lo mismo.
El Madrid o el Barça cada cierto tiempo renuevan sus planteles y cada año incorporan novedades como revulsivo. La figura del toreo es la misma; con un año más. Alguno pasa de 20 otros de 10 y la mayoría está en esa decena de años de alternativa. Todo muy visto, muy repetitivo; cuando menos asaz previsible.
La fuerza de la unión de dos colectivos en permanente mutación colisionando en sus intereses frente al soliloquio del individuo (multiplicado por 3), rotando sobre sí mismo un año, otro y otro, como sostén de un espectáculo.
La competitividad, la rivalidad y la pasión que conllevan los enfrentamientos deportivos con el plus de ser estandartes de una identidad o condición (“aura” perdida hace tiempo por los toreros) “versus” reto individualista, personal e intransferible del torero; tan solo consigo mismo.
De la adrenalina que se suelta durante 90 minutos en las urgencias de conseguir uno o tres puntos por muy maltrecho o desahuciado que esté uno o los dos pacientes, a la lasitud emocional del consultorio del barrio para el tratamiento personalizado de patologías crónicas o simples revisiones periódicas. Después, que pase el siguiente, y luego el siguiente en que se ha convertido una corrida de toros.
De un libro generalmente malo en su argumento de fondo como suele ser un partido de futbol, aún de nivel, pero con trama, nudo y desenlace, a una colección por fascículos, tres por tarde y en versión doble, que normalmente no tienen nada que ver ni hilo conductor; ni quieren, ni lo provocan, uno con los otros.
Estas Fallas evidencia que hay poca más alternativa que dos carteles por feria: Juli, Castella, Perera y Morante, El Cid, Manzanares.

Y así, tal cual. Con una homogeneización para poder atisbar algo de competencia. Otra cosa es que, por lo intuido, Juli y Castella no quieran coincidir.
Hagamos otro (cartel) en fase “mix” con Ponce, Talavante y Cayetano, más el mal llamado mediático para “todos los públicos” con Fandi y Paquirri como base. Y a partir de ahí un fondito de armario cuyas prendas valen igual para un roto que un descosido. Y luego las corridas toristas, con sello y toreros tan propios como poco público interesado.
En cualquier caso guión escrito. El día que se introducen “morcillas” (improvisaciones) es “Tarde de Toros”.
Para colmo, la simplificación de la corrida.
Resuelto en trámite desde hace años la lidia con el capote, el toreo con el percal, la desgracia de varas y el ¡allá te va! en banderillas, para concluir, el torero, como exterminador de un animal en vez del arte de matar toros (se denomina suerte suprema) todo se sintetiza en el acto de muleta. Y así, seis veces por función.
Esa falta de hilo secuencial y conexo desde el paseíllo hasta el último tintinear de cascabeles de mulillas producen una serie de tiempo muertos que hacen de una corrida de toros una sesión interminable donde el bostezo se aparece como un fantasma de ida y vuelta en lapsos de 10, 15, 20 minutos máximos.

Un espectáculo de corriente alterna, de cambios de ritmos anímicos, que si dichas mutaciones suponen en los ciclistas “romperles” las piernas en los espectadores de toros les fractura permanentemente sus sensaciones anímicas.
Las oscilaciones térmicas bruscas son las causantes de gripes y neumonías, en el más liviano de los casos cortes de digestión.
Hace años que el baloncesto lo subsanó con las “majorettes”.
Ignoro si Simón Casas, exponente de la creatividad, lo estima para el futuro.

***Del Libro "El Cartel Taurino. Sociedad y Toros" (1920-1940) / Madrid 2010/ Pág. 407
      Autor: Ángel Sonseca Rojas

El Imparcial.es

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