lunes, 13 de diciembre de 2010

S.M. SEBASTIÁN CASTELLA CONQUISTA MÉXICO / Jardinero de San Mateo



S.M. SEBASTIÁN CASTELLA CONQUISTA MÉXICO

"...Y en este caso, la suerte de varas fue fugaz y pasó casi inadvertida el toro no recargó. Además, para los escrupulosos observadores de la lidia, habrá que reconocer que el que promovió en parte el indulto fue el propio Castella para poder guardar en su espuerta y sin disputas –ni dudas- los máximos trofeos obtenidos en la catedral metropolitana...."

Jardinero de San Mateo
Estos ojos han visto numerosos éxitos y fracasos en muchísimas  plazas de Primera en el viejo y el nuevo mundo, por espacio de más de cinco décadas  pero es difícil decir, por ahora, si las tandas de derechazos y naturales que le vimos hoy al torero francés, si la conjunción de arte admirada, si la plasticidad y la belleza a raudales, si la geometría perfecta que observamos, si el ronco rugir de la Plaza México, si el jubiloso ¡olé! que se oyó al unísono en la plaza delirante, si el temple y mando de longitud inverosímil, si la nobilísima embestida de un toro feo de hechuras, se colocan  adelante en nuestra memoria de aficionado.  Lo que sí es cierto, es que hoy el torero de Beziers ha tenido un éxito inenarrable.  Ya había dejado testimonio de su grandeza indiscutible con las telas y se había acercado al cenit en algunas plazas nuestras  fallando con el estoque pero esta vez, llegó a la cumbre de lo que puede hacerse cuando se encuentran un artista señorial y una res auténticamente brava. 
Para Castella, “Guadalupano” de la vacada de Teófilo Gómez, equivale a “Ventanero” de Núñez de Cuvillo, éste en la plaza de Las Ventas, donde conquistó –creemos porque lo vimos-, finalmente, a la catedral taurina del mundo en 2009. ¿Ahora, ha acontecido lo mismo en Insurgentes?  Sin duda. Salió un toro enrazado, bravo, de gran calidad, siempre dispuesto a entregarse a la capa y a la muleta del diestro francés.  Si bien merecía el indulto, habría que reparar en el refilonazo que fue el único castigo  y  que como sabemos, el indulto en México solo se otorga si se reúnen dos condiciones, que haya sido extraordinariamente bravo y que lo pida el público.  Y en este caso, la suerte de varas fue fugaz y pasó casi inadvertida el toro no recargó. Además, para los escrupulosos observadores de la lidia, habrá que reconocer que el que promovió en parte el indulto fue el propio Castella para poder guardar en su espuerta y sin disputas –ni dudas- los máximos trofeos obtenidos en la catedral metropolitana.
La faena fue completa de principio a fin, instrumentando el francés primero hermosas verónicas clásicas, cadenciosas, deleitosas, con la mano muy abajo y los tiempos muy medidos que provocó el deleite de la parroquia, por cierto rala en esta ocasión para el cartel que teníamos. Como es habitual, Castella inició en los medios dando un par de estrujantes péndulos –como le llamamos los mexicanos- y los intercaló con dos derechazos rematados con el de pecho que tronó al inmueble de Insurgentes.  Descubrió el maestro que el toro tenía pases por ambos lados y primero instrumentó nuevamente pases con la derecha en los que el diestro se enseñorió con el tiempo, el ritmo y la bravura.  Intentó por el izquierdo y allí mostró repitió su señorío, porque no se puede torear mejor, con mas profundidad y calidad que como lo hizo el artista.  El toro subió de calidad en su embestida -o tomó su segundo aire-, y volvió a ir embebido en la muleta.  Estábamos ante la  su majestad, ahora sí, instrumentando  una obra de arte. Prosiguió  el recital,  iniciaba cada tanda a la distancia y que luego acortaba en la mejor escuela de Paco Ojeda con una pureza que bien podemos denominar, dadas las fechas, “inmaculada”.  Apuntaron los primeros pañuelos blancos, el diestro reconocía la notable calidad de la res, el juez titubeaba, pero la plaza volvía a rugir, hasta que el del biombo respondió justamente a lo que anhelaba la mayoría. Todavía hubo cuerda para varios pases por abajo hasta llevar al toro a la puerta de chiqueros.  Castella justificadamente jubiloso, dio una lenta y aplaudida vuelta al ruedo y por supuesto salió en hombros y acompañado de una multitud. ¡Torero de época!
No es por hacerle el desaire a los alternantes, porque les  vimos gran voluntad. Una apendice generosa a Arturo Saldívar, quien no se encontró con sus dos enemigos. ¿Qué pasó desde Nimes, matador?  Por su parte, Angelino, con un toro que regateaba su embestida y dejó ver mal al ganadero Teófilo Gómez, fracasó.  En el quinto, el de Tlaxcala con uno de Los Encinos se llevó un soberbio golpe, se le vio pinturero con la capa, pero el toro fue muy superior al diestro.
  Hubo un homenaje meritorio a Domingo López de la estirpe de los Zotolucos que se retiró del ruedo después de escribir muchas y muy valerosas páginas con la vara.
Qué pena, sí, qué pena, la temporada parecía embalada y ahora el próximo cartel  palidece con J.M Luévano, que estuvo sólo decoroso la temporada pasada, Pepe López que no debió haber salido por la puerta de cuadrillas el año pasado y al rescate de la terna, otra figura española, Matías Tejela, que como todos los peninsulares vienen a recoger pero no a compartir premios.

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