miércoles, 19 de enero de 2011

Javier Hurtado: "JUAN BELMONTE, en la soledad de dos atardeceres"

 - Javier Hurtado durante su disertación -

"JUAN BELMONTE, en la soledad de dos atardeceres"
De Salvador Balil Forgas

Javier Hurtado
Supongo que a los miembros de un jurado encargado de fallar un premio literario, les sucederá algo similar a lo que acontece cuando se elige la mejor faena de una feria. El comité evaluador sopesa las mejores y acaba eligiendo la más completa.
  
La obra premiada por el Círculo Taurino Amigos de la Dinastía Bienvenida con la IX Fábula Literaria Vicente Zabala, es “Juan Belmonte, en la soledad de dos atardeceres” de Salvador Balil Forgas.

Lo aconsejable de cualquier libro es su lectura pero como quizá algunos de entre ustedes todavía no han tenido ocasión de leerlo, los miembros de esta mesa vamos a comentarlo, a resaltar aspectos del mismo justificativos de la concesión del premio. Personalmente voy a relacionar los que me han llamado la atención especialmente, aunque hay bastantes más porque el libro no tiene desperdicio.

Para mi el libro en sí es fábula puesto que su autor fabula una historia, acerca de lo que pudo pasar por la mente atormentada o serena, sólo Dios lo sabe, de Juan Belmonte en el ocaso de aquella tarde abrileña del año 62 en la finca Gómez Cardeña; horas crepusculares de un día coincidente con el anochecer de su vida.

Salvador Balil acomete la fantástica recreación de aquellos momentos, apuntalada por hechos verdaderos e incontestables sucedidos a lo largo de la existencia del genial torero. Me atrevo a decir que el libro es la interesantísima y coloreada película de una vida densa, variada y exitosa, análoga al toreo de Belmonte, por encima de la cual siempre sobrevoló la idea obsesiva de la muerte. Y ese pensamiento reiterativo es, sino la línea medular del libro, sí una especie de líquido amniótico que envuelve todo el relato.
Sobre este punto Salvador Balil resalta en el texto el aserto del maestro Pepe Luis Vázquez: “La muerte acompaña a los toreros, están acostumbrados a convivir con ella. Donde hay toro, hay muerte”.

La mayoría eludimos hablar de ese tema porque tenemos miedo a la muerte. Debe ser algo inherente a la condición humana, pero choca un poco que ese miedo lo sientan de manera indiferenciada quienes son profundamente católicos, teniendo en cuenta que la religión cristiana nos recuerda a cada momento nuestra situación transitoria: La vida terrenal sólo es el camino hacia otra vida eterna. Sin embargo, el ser humano no puede evitar ese miedo cerval a dejar este mundo.

El humanista Michel de Montaigne enunció un remedio paliativo para no llegar temerosos al tránsito entre ambas vidas: morder un poco de muerte todos los días, ponerla en la boca como la comida y la bebida que ingerimos. Sólo de esa forma puede sobrellevarse lo peor de la esclavitud que es el miedo a morir y empezar a entender lo que es ser libres.

Salvador señala en su libro a la Tauromaquia como la bellísima metáfora que nos recuerda constantemente el sino que nos aguarda al final del camino.

Con los libros pasa lo mismo que con las faenas. Gustan más o menos; pueden encantarnos o aburrirnos. A mí, este libro de Salvador Balil me gusta por razones varias, tantas como asuntos entretejen su contenido. Obviamente Belmonte es el hilo conductor del mismo pero el autor lo salpimenta conectándolo con personajes muy distintos del mundo del toro y de otros ámbitos.

Por ejemplo, al escribir acerca del carácter solitario, introvertido e inseguro del torero, alude al expresionismo de Eduard Munch, el pintor noruego que se dedicó a diseccionar almas y en cuya obra pictórica abundan los temas relacionados con los sentimientos y las tragedias humanas; la soledad, la angustia y la muerte.
Nos cuenta Salvador de manera precisa, fundamentada y bien ilustrada cómo Belmonte además de inventar el arte de torear, fue un hombre de ideas vanguardistas, nada misoneísta sino, al contrario, amigo de los cambios, rompedor con algunas tradiciones. El fue quien acabó con la tradicional coleta recogida en redecilla e introdujo modificaciones en la faja y el vestido de torear. Describe, también, situaciones poco conocidas de su vida marcadas por el fatalismo como el aparente suicidio de su caballo y la muerte, prefigurada en su mente, de una novia jerezana. 

El libro tiene mucho de Taurología, entendiendo por tal el arte interpretativo de la fiesta de los toros, aquello que, perteneciendo a la esencia del toreo, no figura en las diferentes tauromaquias y está profusamente documentado, salpicado de citas, de datos históricos y referenciales, de anécdotas y reflexiones.

Al desarrollar el advenimiento y posterior desarrollo del toreo belmontino, sustentado en los pilares del temple y la quietud, hace Salvador especial hincapié en los términos conceptuales “toreo rondeño” y “escuela rondeña”, y los convierte en factor común denominador de la teoría taurina para inculcárselos bien al lector y no se llame a engaño.

Por los distintos epígrafes del libro aparecen muchas figuras relevantes en la vida de Belmonte. Entre ellas su banderillero Calderón, el Pepito Grillo, la conciencia del trianero que le ayudó a vencer su inseguridad e introdujo en el mundillo del toro.

En sus páginas he encontrado interesantes vetas de diferente tejido. Una de ellas contribuye a desmitificar la legendaria figura de Rafael Guerra “Guerrita”. Por lo que había leído de él, nunca me cayó simpático. Ahora, después de incorporar al archivo documental memorístico lo escrito por Salvador en el libro acerca del II Califa cordobés, se refuerza mi convicción de que ni fue torero fino, ni fue hombre que se hiciera querer. No desataba simpatías por su comportamiento prepotente. Salvador cuenta en el libro que se fumó un puro en la ceremonia religiosa de una boda, porque le dio la gana y reproduce algunas de sus famosas frases, sentenciosas bravuconas de torero engreído y sobrado como “En Madrid que atoree San Isidro”; “Sí que se puede… pero no se puede”; “En lo mío, yo soy el Papa”, no me extraña que acabara estragando al público y lo echara de los ruedos. Al contrario que a Belmonte a quien en su última actuación en Madrid, ya con 42 años, la gente le gritó enfervorizada ¡Quédate, no te vayas!.

A Guerrita le sucedió con Belmonte lo mismo que a Domingo Ortega después con Manolete: le reconcomió la envidia. El advenimiento de un relevo con una metodología taurina diferente, de impacto y calado entre la afición genera, hasta cierto punto, una lógica envidia en las viejas figuras del toreo puesto que la implantación social de una nueva corriente taurina va en detrimento de su popularidad y caché. Y ese nocivo sentimiento lo sufrió Guerrita en mayor grado que Domingo Ortega por la sencilla razón de que la metodología belmontina no venía a coexistir con la suya sino a superponerse. Algo parecido a lo que  sucede en las ciudades con el paso de las civilizaciones: las nuevas construyen encima de las antiguas soterrándolas.

El descubrimiento del arte de torear, ha dejado huella imperecedera en la historia del toreo. Salvador Balil recalca que si bien es Belmonte el ungido para revelarlo, el concepto parte de Antonio Montes, trianero como él, pero ejecutor de un toreo rondeño y afirma con criterio que a esa forma de lidiar y torear se apelará cada vez que el toreo se salga del carril por el que debe discurrir; y será invocada de manera recurrente, --de hecho así sucede--, como norma paradigmática.

La conversación que mantienen Belmonte y Francisco Romero, el abuelo del mítico Pedro, es extracto de lo que debe ser el toreo.
Dice Francisco Romero: “Lo primero e inexcusable es que todo cuanto intervenga en el toreo sea puro: el toro debe ser toro, íntegro, con edad y casta y quien se vista de torero debe ser hombre, honrado, con valor y conocimientos. Y el ceremonial de la lidia debe estar basado, sobre todo, en el respeto. Y llegado el final, que el matador culmine su labor exponiendo la vida. De no hacerlo así, su figura revierte a la de un vulgar “matarife”.

Con quien más dialoga Belmonte es con Joselito “El Gallo” y en las conversaciones fabuladas por el autor que mantienen me recuerdan, salvando las distancias de tiempo y lugar, la relación, tan estrecha como compleja, que mantuvieron los músicos Wolgang Amadeus Mozart y Antonio Salieri. Su hipotética rivalidad estaba más en el deseo de partidarios y aficionados que en ellos mismos. Salieri fue maestro de maestros y Mozart un genio. El talento hace lo que puede: en Joselito fue mucho. Y el genio, lo que debe: a Belmonte le fue confiado desvelar el toreo auténtico. En frase de Jean Cocteau: “El genio en el arte consiste en saber hasta donde podemos caminar demasiado lejos”.

En otro apartado del libro Salvador Balil inserta la carta de los intelectuales a Belmonte. De manera individual lo habían puesto como ejemplo de español cabal, modelo de superación personal, de constancia, tesón e interés por aprender. Aquel colectivo de escritores y pensadores plasmó en letra impresa su opinión sobre el diestro y lo poco edificantes que le parecían los políticos de su tiempo: “Por desgracia –dice la carta-- los apotegmas de nuestros políticos nos merecen poco crédito. Consideramos la Tauromaquia, más noble y deleitable, aunque no menos trágica, que la logomaquia, la palabrería huera de los políticos que evitan entrar a fondo en los asuntos, y a Juan Belmonte más digno del aura popular y el lauro de los selectos que la mayor parte de los diestros con alternativa en el Parlamento.”

La estructuración de los capítulos y la sintaxis, son demostrativas de que el autor es un aficionado culto y cultivado, posee un caudal de creación literaria y depurada técnica reflejadas en el fondo y la forma. Parangonando el libro con el toreo, tiene los ingredientes necesarios de cualquier buena faena: Su realización no se separa de la cuestión principal, está bien dispuesto y cohesionado, el discurso tiene ilación y termina en el mismo lugar donde empezó. Su lectura desde el principio resulta atractiva, sugerente y embaucadora, estimulante para la imaginación y la inteligencia. El personal acento con que está escrito, el tono de distinción, respeto y admiración por el personaje, consigue hacernos ver a Belmonte sin haberlo visto. Salvador describe con maestría la personalidad torera de Belmonte y el aura que hermosea su legendaria figura.
Para los aficionados más versados en Tauromaquia, que probablemente serán también los más leídos, el libro tiene algo de relectura puesto que Salvador recoge, como he dicho, citas de otros autores, casi todos contemporáneos, para reforzar el leitmotiv de su tesis. Por cierto, las situadas a pié de página, la letra pequeña, esta cargada de datos interesantísimos.

Me permito relatar una anécdota no incluida en el libro, seguramente porque así lo habrá decidido su autor, en la línea de las recogidas por Salvador en la citada letra pequeña. El eximio escritor taurino Mariano de Cavia, padre de la crónica taurina y coetáneo de Belmonte, dio réplica en la revista La Lidia a un artículo escrito por un detractor del genial trianero que, entre otras lindezas, decía de él “es la piltrafa más asquerosa que han tenido los doctores en la camilla de una enfermería”.

“Sobaquillo” le respondió en estos términos: “A Belmonte sus partidarios le llaman entre otras cosas fenómeno pero eso para el Sr. Samblancat, --que así se llamaba el vituperador--, es decir nada pero, de ser ciertas las cosas por él expresadas Belmonte es la paradoja viviente más prodigiosa, el mayor milagro humano producido de consuno por la naturaleza y el arte. Milagro que un tipejo así levante a las muchedumbres en vilo no con arranques brutales sino con una clara, brava y serena “sensación de arte”, con una sugestión estética más verdadera que todas las invenciones de los más exaltados dramaturgos”.

Una vez leído este libro, sucede con él algo similar a lo que experimentamos cuando releemos cualquier clásico: que sube de nivel la conciencia y los sueños porque, aquello que gustó, además de quedar adherido a la memoria, se hace digno de volver a ser recordado, comentado, conversado o refutado. Y así, los aficionados que compartan el conocimiento de esta obra, irán estableciendo, de generación en generación, un canon tradicional, vivo, creciente y, porqué no, discutible.

A los aficionados jóvenes, con escasa experiencia lectora, les servirá para orientarse, para entender mucho mejor la evolución del toreo y, el ejemplo de Belmonte, les ayudará a constituirse como personas y ser más de lo que son. Aunque… al final, como escribió Quevedo, “Lo que pasó lo tiene la muerte; lo que pasa, lo va llevando.



                                               Aula de Tauromaquia "Ángel Luís Bienvenida"
Teatro "Muñoz Seca" de Madrid

2 comentarios:

  1. Con bastante diferencia para mi, lo mejor que se ha escrito en este blog.

    Enhorabuena Sr Hurtado.

    Enrique Maldonado

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  2. Anibal Garcia Soteldo20 de enero de 2011, 16:31

    Aun cuando no he leido este libro de Balil y pocos de autores venezolanos en materia de Tauromaquia, el periodista Hurtado hace una Excelente disertacion y analisis de esta Obra, que impulsa la curiosidad a conocer un poco mas de Belmonte, sintiendo con el tacto de cada pagina y percibiendo el aroma de la tinta con que se escribe el arte.

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