viernes, 12 de febrero de 2010

MÉRIDA: MÚSICA MAESTRO....

En Mérida los niños hacen afición

¡Música, maestro..!

Del toro al infinito
Mérida 12 de Febrero de 2010

Y de música nada para los toreros. Deseando estaba el escaso público de escuchar un pasodoble en una faena de esta tarde, pero no podía ser. El maestro Rangel al frente de su Banda de la Mesa de los Indios veía como iban arrastrando uno a uno los toros de los Aranguez, y las notas de su amplio repertorio musical no despegaban de sus partituras. Allí no pasaba nada, pero el entusiasta público quería su ración de música. El juez de plaza debutante, hombre serio y formal donde los haya, Hernán López Yañez recién nombrado presidente de la Comisión Taurina Municipal, quiso alejarse de las frivolidades y pensaría que para escuchar música se esperaran al arrastre de los animalitos.

El día anterior corrió la noticia del secuestro de uno de los propietarios del hierro de Los Aranguez, y pensamos que mejor hubieran sido secuestrados los toros que se lidiaron. Mejor, desde luego, para la propia víctima y su familia que les hubiera evitado el calvario que están sufriendo; y naturalmente, que todos habríamos ganado si las santacolomeñas y descastadas reses no huibieran llegado al monumental coso de “R. Eduardo Sandia”.

Naturalmente que no es de desear que los toreros hubieran corrido la misma suerte que el ganadero, pero estando la isla Margarita tan cerca, o el paradisíaco archipiélago de Los Roques, podrían haber elegido pasar la tarde en uno de esos lugares, para que el público hubiera disfrutado de la música durante la lida de esta soporífera corrida.

Por fin sonó la música en el quinto de la tarde, y la gente que cubría un tercio de plaza lo agradeció alborozada, como solo se ve en estas plazas venezolanas, los sones del pasodoble Miura. No era precisamente un ejemplar de “Zahariche” el que cayó en manos de Rubén Darío Estevez, pero sí fue el mejor de este penoso encierro. El tipo, el pelo y la cara correspondían fielmente a su encaste de Santa Coloma, su embestida clara y noble permitió al valenciano de Carabobo alegrar la tarde con pundonor y entrega, pero nada más, ni la espada siquiera. El de los Aranguez puso la embestida y Rubén D. Estévez el corazón.

El tachirense Manolo Zapata, muy alejado de los aires juveniles las ilusiones toreras, se desenvolvió como ánima del purgatorio ante un lote de discreto juego. El maestro Rangel sentado en su puesto miraba al ruedo desesperanzado sin acometer los pasodobles programados para la muleta del primero y cuarto de la tarde; “España Cañí” se quedó para mejor ocasión y el dedicado a César Faraco “El Cóndor de los Andes” que recibiera alternativa de Antonio Bienvenida, habrá que esperar al próximo concierto de La Mesa de los Indios para deleitarnos con él.

Ay “Maravilla”. Pareció el más suelto de la terna, dispuesto y a veces templado en su noble primero antes del sainete con la espada. Pero ya en el feo sexto, se mostró insolvente ante la aspereza y mansedumbre que exhibió. Aquí nadie pidió la música, pidieron la hora como en el fútbol, y es que todo el mundo deseaba que aquello acabara cuanto antes, menos Gregorio Torres que, entre pinchazo y pinchazo, formó parte del fúnebre séquito desfilando tras la huidiza vuelta por el ruedo del toro que se negaba a morir en el ruedo para hacerlo en los corrales donde fue devuelto al ordenar el presidente los tres avisos con el artístico toque de clarín de la extraordinaria banda. Esta fue la única música que se mereció la actuación de Gregorio Torres “Maravilla”.

Zapata sin ilusión..
Rubén D. EstevezRubén D. Estévez en apuros
"Maravilla" intentándolo en banderillas

Lo más vistoso de la tarde




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