lunes, 25 de abril de 2011

Resurrección y alma viva de Juan Pedro / Por Pedro Javier Cáceres



Resurrección y alma viva de Juan Pedro

Por Pedro Javier Cáceres
 Madrid, lunes 25 de Abril de 2011
 
Domingo de Resurrección. De la pervivencia del alma, siempre, y el Verbo hecho carne, nuevamente, 33 años después- según las Escrituras- tres día posteriores de su crucifixión. Un hecho Divino, y por lo tanto singular.

El común de los mortales debe aguardar a la “resurrección de la carne”, anunciada fecha en los carteles para “el día del fin del mundo” (¡ojalá en mucho tiempo!, o no), para volverse a encontrar con el alma y de ahí a la vida eterna y seguir ruta con sus deudos anteriores.

El pecado original, como consecuencia de nuestros ancestros, nos hace “carne de “parca”.

El destino, escrito, es implacable y, muchas veces, despiadado en su función para la resolución del óbito, juega al trile con sus tres C.

La más dulce la C de caducidad. Y las más crueles, como si celoso portavoz de la naturaleza echara un pulso constante al progreso humano, que desgraciadamente siempre gana: la C de cáncer (preeminente en la plaga de enfermedades) y la C, absurda, de carretera.

Dos C, estas, que parecen marcadas a fuego (por separado o en collera), como hierro en anca de res, en el ADN de algunas familias para abono de su saga y el fortalecimiento de sus supervivientes en la Fe.

De esta guisa, en accidente de tráfico moría el pasado lunes Juan Pedro Domecq.

Lunes Santo, veinticuatro horas después que hace más de veinte siglos entrara en Jerusalem, en olor de multitud, un adelantado a su tiempo que cambió el mundo y trazó raya gruesa para dividir la historia de la humanidad en dos épocas.

Tachado de visionario y farsante tardó minutos en despertar recelos y envidias, incluso cuitas en sus fieles hasta la negación, la duda y la traición más vil para ser crucificado, sin estado garantista ni juicio justo.

Afortunadamente para los mortales su Divinidad hizo posible su resurrección de cuerpo por que el alma siempre pervive.

Domingo de Resurrección, Juan Pedro ya no está entre nosotros en cuerpo, sí en alma.
Y su espíritu de hombre de generosa inquietud por sus más nobles pasiones, como el toro, se asolerará como los buenos vinos, y que a todos aquellos que, como a Jesús —incluso de su mismo rol- le vilipendiaron con negaciones gratuitas, dudas de diseño y traiciones de baja estofa a su poesía y su lírica en torno a la selección y crianza del toro bravo, provoque una mínima deuda de comprensión y escruten entre líneas cual era su mensaje ganadero: lo respeten, compartan o no, y pongan en valor el legado que deja.

En su bonhomía y señorío de cuerpo mortal, no dudo que su alma no alberga reproche; menos, rencor alguno. Ni su espíritu pasará factura a los más beligerantes e hirientes.
Intuyo, bastará para su conformar en la Gloria, haber contribuido con su sacrifico, no provocado, a enjalbegar alguna conciencia.
Descanse su paz en el cielo, tanto, que es mucho, como alguna vez —gente corriente- se afanaron no pudiera ser en la tierra. Domingo de Resurrección.

En el mundo, en España y en Sevilla, rompeolas de todos los Domingos de Resurrección.
Domingo de Resurrección en Sevilla, que Antonio García Barbeito ya definió como "el primer telón importante que la ciudad cambia en primavera. Es la hora de pasar de una pasión sagrada a una profana, porque sólo median dos días entre una marcha como Amarguras y que la misma banda toque Nerva en La Maestranza. Poco más de dos días entre el bordado de una virgen y el traje de luces de un torero. O poco más de dos días entre una saeta en un balcón y un ole en el tendido."

Un Domingo de Resurrección en Sevilla, pórtico de su Feria de Abril sin los toros de Juan Pedro ni Juan Pedro en su habitual ubicación en uno de los burladeros de callejón preferentes de La Maestranza.
Ese vacío que deja

el amigo que se va
es como un pozo sin fondo

que no se vuelve a llenar……

Ha muerto, en trágico accidente de automóvil, Juan Pedro Domecq. El día 10 cumplió 69 años.
La muerte siempre es inoportuna. Más para Juan Pedro, no es un tópico ni un desahogo ni una licencia de obituario, pues le sobreviene en un momento que, tras superar con serena resignación una etapa larga muy dura en lo personal (hay quien habla de la maldición de los Domecq), disfrutaba de gestionar su tiempo, para él y su felicidad individual.

Una circunstancia que le ayudaba a sobrellevar el momento delicado por el que atraviesa la ganadería que le abocaba, por ejemplo, a la contrariedad de no estar este año en Sevilla siendo un clásico, a veces lidiando dos corridas en el abono.

Un personaje de los que hacen historia de la tauromaquia.
En la línea de su padre y, sobre todo, de su tío Álvaro, en cuanto a ser un adelantado a su tiempo en la consecución de un toro que fuera de mayor regularidad en sus bondades para procurar un mejor espectáculo.
Así se acuñó su frase de buscar un “toro artista” que, por más que se empeñó, nadie intentó comprender sus elucubraciones y sí servir como blanco de críticas, sarcasmos e ironías. Igual ocurriría con el “tauródromo”.
Juan Pedro Domecq tuvo su vulnerabilidad en sus virtudes.

1.- Encajador elegante, en señor y caballero, era fácil percha de los golpes.

Nunca se revolvió barriobajeramente ante cualquier crítica.
Ese fair play y “pasar” de sus enemigos era monte de todo orégano para la chanza, el improperio y, casi, el insulto

2.- La excelencia de su producto, a imagen y semejanza suya, fiel a sus convicciones, y la necesidad de rentabilizar la ganadería como garante de su pervivencia, desarrollo y abordaje de proyectos de futuro le hizo no oponer gran resistencia ante las tentadoras ofertas de compra de lo que se entiende, por lógica, era su desecho, abasteciendo gran mercado y provocando, lo que de forma equívoca, denominan, unívocamente, el monoencaste. Craso error de reventadores.

La expansión a granel de la sangre brava “juanpedros” ha fertilizado más de productos históricos con otros hierros, que ahora blasonan en carteles y son demandados por las figuras del toreo para los grandes acontecimientos, que contaminado las dehesas de lidia.
Para verificarlo sólo hace falta un ejercicio de honestidad aunque fuere a “titulo póstumo”.
Hace pocos días, un sabio de la tauromaquia, Santiago Martín “El Viti”, en el “tipo de la casa” (nada pasional y sin apasionamiento) sentenció: “¡que poca importancia le damos a la idea del hombre en el mundo de las ganaderías! ¿En que se parecía lo de Arturo Fernández Cobaleda a lo de Paco Galache o Barcial? En nada, y eran el mismo encaste (Vega Villar). El hombre es el que cambia los tipos. La mano del hombre…”. Punto en boca.

En cualquier caso con sus aciertos, no siempre bien reconocidos, y sus errores, minuciosamente analizados, debatidos y asaz reprobados se ha ido un personaje que escribe páginas de la historia de la Tauromaquia: por su dedicación, su investigación, sus innovaciones con publicidad diáfana; sin secretos ni fórmulas magistrales que llevarse a la tumba.

Sus toros podrán clonarse, su simiente inseminarse pero el personajes de mil luces y alguna sombra, humano al fin y a la postre, entra, por derecho propio, en el club de los “irrepetibles”.
Esos que no dejan indiferentes a alguien.

De ahí el razonamiento que su muerte, por cima de su imprevisibilidad y sus traumáticas formas haya convulsionado a un colectivo y una sociedad que días después la siente, la llora y la lamenta profundamente con sinceridad de gentes de bien para refutar su impar condición como criador, caballero y señor.
Sirva esta humilde columna como homenaje, con todo orgullo y nulo complejo.

¡Ojalá! Este relato estuviera encastado en “puro Juan Pedro”.

Va por todos vosotros.

A los Domecq “de toda la vida”… y a “los Solís” y a “los Morenés”.

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