martes, 9 de marzo de 2010

EL FUNDI: UN "TÍO" DE UNA VEZ / Por Francisco Callejo

José Pedro Prados "El Fundi" con uno de "Miura"
Sevilla 2008
UN “TÍO” DE UNA VEZ
Francisco Callejo
No es un esteta. Ni siquiera un torero con reposado sentido de su quehacer. En su caso, el “pellizco” ni está, ni se le espera. El sabor, brilla por su ausencia. Pero es un “tío” de una vez.
En esta época, que no se caracteriza sino por ser el heraldo de unos polvos antañones que han traído estos lodos en que con dificultad nos movemos, los compartimentos estanco en que pretende dividirse el organigrama taurino, han confinado a José Pedro Prados, más conocido por el sobrenombre de “el Fundi” a corridas de espeso sabor aciago.
De siempre, los toreros que han descollado han gozado de la prerrogativa de sugerir vacadas para sus tardes de éxito. Y, aunque al Guerra le resultaran especialmente dilectos los toros de encaste Saltillo, a Joselito el encaste Murube, o a Manolete el toro de Parladé, todos tenían un acusadísimo código deontológico, que les obligaba a anunciarse -con relativa frecuencia-, con toros de encastes “duros”. Con aquellas ganaderías que vivían de un pasado cobrizo y tenebroso y que se caracterizaban por criar reses a las que la fábula y la leyenda otorgaban una vértebra más en el cuello, una especial agudeza y resabios más propios de vetustos académicos que de bovinas mentes.
Así llega hasta nuestros días el mito de la ganadería de Miura. Curiosamente, una ganadería tenida por los legos en la materia como el paradigma de la bravura, cuando de sobra conocemos que si por algo se caracteriza es por todo lo contrario.El caso es que todo torero que se precie, no descarta medirse algún día a estos agalgados animales, lavados de cara y con una mirada más escrutadora que la de un tribunal académico.
No obstante, ahora que se ponderan hasta el paroxismo carreras lineales como la de José Tomás, que lo más cerca que ha visto un toro de Miura ha sido en fotografía, ninguna figura del actual escalafón tiene la vergüenza torera de sumar a sus dos tardes en Madrid, Sevilla, o Bilbao, una tercera con la ganadería de Miura, como de toda la santa vida han hecho los toreros de la primera fila. Y hacerlo porque sí. Por el impagable placer de sentirse y saberse torero. “Cuando uno le pega un natural a un toro de Miura, no se cambia ni por el Superman“. Juncal dixit.

Limeño, experto tasador de miuras, con los que logró triunfar de forma reiterada, con toda humildad señalaba que las tardes en que se enfrentaba a estos animales, lo único a lo que aspiraba era a que le tocaran los dos que embistieran. Porque también los toros de Miura embisten.Manolete le planteaba al toro de Miura la misma faena que podría plantearle a uno de Antonio Pérez. Y le embestía. Porque los toros responden al pulso del matador. Y los cuajaba. Los cuajaba, José Tomás. Los cuajaba.
Lamentablemente, se ha creado un subgénero del que han sido padres Miguel Márquez, Dámaso Gómez, José Antonio Campuzano, Manili y, sobre todo, ese menesteroso limosnero que fue Ruiz Miguel, quien nos pretendió hacer creer que la corriente mal llamada torista, requería especialistas. Corriente que le resultó muy fructífera a este último.

El caso es que el Fundi, nunca se ha arrogado facultades especiales para medirse a miuras, victorinos (cuyos nombres nunca son gentilicios), pabloromeros, y demás ganado “delicuescente”. Se ha limitado a comparecer como torero donde se ha contado con él, y ha dado la cara con una hombría y una sencillez que destilan cierto aroma de aquellos principios del siglo XX.
Ver al Fundi significa reverdecer las fotos en sepia de Maera y adivinar el pulso torero que latía en la sangre de Ignacio Sánchez Mejías, quien para hacer desistir a su hijo de la idea de ser torero, se fue a Lora del Río para pedirle a don Eduardo uno de sus “niños” (así llamaba el belicoso torero a los toros de Miura) para que su hijo se hiciera a la idea de lo que valía un peine.Recuerdo un San Isidro en que el Fundi, con todo ese absurdo tendido 7 en contra, vestido de negro y azabache, logró dar muerte a un sardo de Miura que, de salida se emplazó sin más objeto que el de arrancar la cabeza al torero a tarascadas. Épico.
Ahora, esas tardes terrosas con un siniestro vestigio tatuado en la piel del aire en que se lidian miuras, no las imagina uno sin la comparecencia de un torero, que no es un esteta, que no tiene un reposado sentido de su quehacer, en quien el “pellizco” ni está, ni se le espera, en quien el sabor brilla por su ausencia, pero es un “tío” de una vez.
Francisco Callejo
Fuete: Blog La Charpa del Azabache


No hay comentarios:

Publicar un comentario