jueves, 17 de febrero de 2011

DE LA TOREABILIDAD Y LA BANALIZACIÓN / Don Pepe y Don José



DE LA TOREABILIDAD Y LA BANALIZACIÓN

La nueva palabra de moda entre los “taurinos profesionales”, cuando ser refieren a la condición que deben tener los toros, es “toreabilidad”, palabra que ni siquiera existe en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, por lo tanto, si queremos desentrañar lo que quieren decir cuando la pronuncian, deberemos aventurarnos en la búsqueda de una interpretación del mensaje que encierra cuando sale de su boca, porque, en principio, todos lo toros son toreables, todos tienen su lidia dependiendo de su condición. Tratados llevan escribiéndose desde que existe la tauromaquia que estudian, definen y dictan normas aplicables a los diferentes comportamientos de cada toro en la plaza porque, y esta es una de las grandezas del arte de la lidia, cada toro, como cada persona, es diferente y precisa de una lidia distinta.

Por lo tanto, ¿qué quieren decir los “taurinos profesionales” cuando hablan de “toreabilidad”? Debemos suponer que hablan de un toro que pase una y otra vez acudiendo obedientemente al cite del torero, que lo haga de forma uniforme en todas las ocasiones, siempre igual, como si de un robot programado a tal efecto se tratase, quitándole la condición imprescindible que debe tener un toro de lidia que no es otra que la de coger a su oponente como forma de defensa y subsistencia. En una palabra, descastarlo, convertirlo en una animal previsible y colaborador con los requerimientos del torero de turno para realizar una faena que, por regla general, es siempre la misma. Pero de esa forma se cargan la esencia misma de la Fiesta de los Toros, de la lidia, que es la ciencia de resolver los problemas que cada toro, desde su propia individualidad, manifiesta y que, conforme va avanzando la misma, va cambiando de comportamiento desde que salta al ruedo hasta su muerte.

Eso nos lleva al otro concepto que figura en el título de este artículo, a la “banalización” del toreo, a convertirlo en algo trivial, insustancial, desprovisto de la emoción que supone ver como resuelve el diestro de turno los problemas que se le van presentando como consecuencia del cambio de comportamiento del toro conforme va avanzando la lidia. En la resolución de esa ecuación cambiante es donde reside la magia de esta Fiesta, y más si una vez entendido y dominado el toro surge la chispa del arte que arrebata los sentidos y convierte ese arte efímero en recuerdo imperecedero de quién lo contempla. Si eso desaparece, lo que sucede en el ruedo se convierte en algo banal, muy distinto de lo que debería ser y que, siendo posible que haya espectadores que gusten de ese espectáculo, los que han sentido alguna vez la emoción en sus carnes viendo la lidia de un toro se alejen de este espectáculo trivial e insustancial que nada o muy poco les interesa.

Si los “taurinos profesionales” quieren seguir por ese camino y, de paso, llenar las plazas, porque no tiene sentido hacer un espectáculo para nadie, tendrán que buscar nuevos clientes para el mismo porque, mucho me temo, como cada vez es más de manifiesto viendo la pobres entradas que se registran en los cosos, de los viejos pocos seguirán acudiendo a ver algo que, si bien en la forma se parece a la vieja Fiesta de los Toros, en el fondo no tiene nada que ver con ella. Los “taurinos profesionales” son los que tienen la manija y, como siempre, dictarán el camino a seguir, pero sustituir una Fiesta en donde la emoción es su seña de identidad, por algo anodino, superficial, previsible y reiterativo es correr un riesgo que quizás no tenga vuelta atrás.

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