lunes, 12 de octubre de 2009

SOBRE RAMIRO DE MAEZTU

«Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sé por qué muero:
porque vuestros hijos sean mejores que vosotros!»
(Últimas palabras de Ramiro de Maeztu frente al pelotón de fusilamiento)

Artículo sobre Ramiro de Maeztu

El ideólogo de la globalización hispana Representante de la generación del 98, afirmó que la cultura española sólo se salvaría con América o perecería con ella.


Alfredo Semprún
Madrid- Contaba José Luis Vázquez Dodero, su más devoto discípulo, que los milicianos que detuvieron a Ramiro de Maeztu no tenían ni idea de quién era aquel sesentón grande, casi calvo, que les gritaba improperios.

Pensaban que era uno de esos curas escondidos, como tantos otros, por las familias burguesas del barrio de Salamanca. Pero Maeztu, al exhibir su viejo carné de diplomático, les hizo vacilar.

Porque tampoco el nombre de Maeztu Witney que figuraba en el documento, y que identificaba a una de las bestias negras del Frente Popular les decía nada a aquellos cazadores de curas y fascistas que habían irrumpido en el piso de la madrileña calle de Velázquez porque les habían denunciado la existencia de un oratorio clandestino.

Era el 30 de julio de 1936 y aún contaba algo la Policía oficial. Unos agentes se los llevaron, a él, a Vázquez Dodero y a una anciana tía de este último, hasta la Comisaría de Buenavista.
Dodero recuerda la ansiedad del comisario al pedirle noticias de cómo iba el Movimiento y su opinión sobre si Mola conseguiría pasar la Sierra. Escritores traidores

Unas horas después, tras la obligada consulta con la Dirección General de Seguridad, el comisario decidió ponerles en libertad.

Pero en la puerta aguardaba el coche de los milicianos. Maeztu se zafó de los que le intentaban meter en el vehículo y se refugió en la Comisaría. Desde allí, partiría para la cárcel de Ventas, donde se consideraba que los fascistas estaban más seguros que en la calle. Su detención fue saludada por «Claridad», el periódico del dirigente socialista Largo Caballero, con la precisión de que Maeztu pertenecía «a una generación de escritores traidores».

Ramiro de Maeztu había nacido en Vitoria en 1875 y era, sobre todo, periodista. Sí, periodista, porque sería en los papeles periódicos, desde «El Sol» y «El Socialista» hasta «La Nación» y «Acción Española», donde plasmó la parte esencial de su obra.

Hijo de inglesa, esposo de inglesa, Maeztu Witney representa como nadie las contradicciones del intelectual español finisecular. Fue, fundamentalmente, un patriota, en el sentido más hermoso de la palabra, y lo fue tanto en la época de su aproximación al socialismo reformista, a la Institución Libre de Enseñanza y a Ortega y Gasset, como cuando conspiró contra la República del Frente Popular, desde el convencimiento de que sólo la vuelta a la raíz católica de España la haría grande para todos.

A diferencia de sus compañeros de generación, como Azorín o Pío Baroja, Maeztu sufrió en carne propia el hecho americano que marcó a fuego a los hombres del 98.
Emigrado adolescente en la Cuba que luchaba por su independencia, se impregnó de ese desprecio a los valores espirituales de la vieja España, a una forma de pensar y vivir la vida que se revelaba dramáticamente inferior a la oleada anglosajona.

Su conversión se produjo muchos años después en Londres. «Vi en una capilla protestante un cartel que rezaba: “Sean bienvenidos todos los extranjeros”. Comprendí que en una catedral española nadie sería considerado extranjero».

Pero, ni siquiera en la España convulsa del primer tercio del siglo XX se pasaba de un salto desde el relativismo al esencialismo católico. El Maeztu elogiado por Bernard Shaw, H. G. Wells, Augusto Barcia, Nicolás Salmerón; el Maeztu teórico del «socialismo administrativo», se impregnó del liberalismo parlamentario durante su época de corresponsal de guerra, de la Gran Guerra, en el norte de Italia.

Nada de esto tenía, sin embargo, la menor importancia en la España de 1936. Ramiro de Maeztu, «traidor» para las izquierdas, había cambiado la utopía socialista y el parlamentarismo sajón por el pensamiento conservador español.

Conoció al padre Zacarías de Vizcarra durante su época de embajador en Buenos Aires. El padre Zacarías le abrió al término «Hispanidad» como contraposición a «Raza». No. La Hispanidad no era una raza, sino una cultura por encima de latitudes y colores. España se salvaría con todos sus hermanos o perecería con ellos.

«Defensa de la Hispanidad», los artículos que fue publicando en «Acción Española», le abrió puertas, incluso la del Congreso (fue diputado en 1933-1935); y, también, le encerró en una trinchera.

La primavera de 1936 le sorprendería clamando por una espada «salvadora» de España. «Una, grande, libre»

De sus ultimos momentos de vida sabemos gracias al interés que despertaba en el franquismo otro Ramiro, Ramiro Ledesma Ramos, fundador de las JONS, y compañero de celda de Maeztu.

Tras la victoria de Franco, el regimen se esforzó en aclarar qué había ocurrido con el hombre que acuñó el lema «Una, Grande, Libre». La investigación, en fría prosa forense, estableció que ambos Ramiros, junto con otras treinta personas, habían sido sacados de la cárcel de Ventas en la madrugada del 29 de octubre de 1936. Que la orden, firmada por el director general de Seguridad, Muñoz, indicaba que «los consignados al dorso» sean entregados al «Comité de Investigación Pública» para su evacuación al penal de Chinchilla, Albacete.

«A donde va, no le hace falta ir vestido», le dijeron a Maeztu, despertado en la madrugada, cuando intentaba arreglarse. Confesó con el párroco de Getafe, su compañero de celda, y fue, mansamente, hacia la muerte.

«Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sé por qué muero: porque vuestros hijos sean mejores que vosotros».

En las escaleras, un joven linotipista del «Abc», Francisco Gallego, se revolvió contra su suerte; fue muerto allí mismo.

Esa noche, el pelotón de fusilamiento corrió a cargo del ateneo libertario de La Elipa. El enterrador del cementerio de Aravaca, Manuel Ceace Bastos, recordó dónde había sido enterrado porque, aquella madrugada, uno de los dirigentes señaló a los muertos: «Ése que está al lado del viejo, es Ramiro Ledesma, el fascista».

Los arrojó a la fosa común número 5.

___"La raza, la hispanidad, es algo espiritual que transciende sobre las diferencias biológicas y psicológicas y los conceptos de nación y patria."

Cardenal Gomá.

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