martes, 17 de noviembre de 2009

LA MARA SALVATRUCHA: CRÓNICA SABROSONA DEL TÍO VINAGRES

- LA MONUMENTAL DE MÉJICO -
Berrinches taurinos
del tío Vinagres
Bajo este seudónimo escribe Gabriel Lecumberri

México
Dieciséis de noviembre del 2009

La Mara Salvatrucha

Si los sanjosés de hace ocho días eran un grupo de inocentes niños bonitos de Las Lomas, egresados del colegio de curas legionarios y encaminados a una fiesta en el Country Club, los barralvas de ayer fueron banda de colonia obrera, desaliñados y de mirada torva, salidos de la barriada, cargados con cadenas y dispuestos a la violencia, al saqueo y a la violación tumultuaria, cual panchosvillas en apoyo del esmé. Como en toda pandilla de rufianes, en el uno a uno vimos luego que hubo entre ellos algunos capaces de defender la fama, bravotes y peleoneros, y otros que se rajaron, acobardados, a la hora de los cocolazos.

La manada de delincuentes llegó capitaneada por un elemento con cualidades excepcionales, que abrió plaza con el nombre de Cronista, para Fernando Ochoa. Negro y enmorrillado, muy serio, fue un toro de escándalo desde que salió por chiqueros, comiéndose los capotes y acudiendo sin dudas al caballo, donde recibió una magnífica vara. Tras un mediocre tercio de banderillas pasó entero a la muleta del michoacano, quien estuvo correcto, pero por debajo del toro siempre, lo que no deja de parecernos una pena, pues se trataba de un toro de consagración. Cronista lo tuvo todo: fijeza, recorrido, clase y emotividad.
Pasó a las filas de la difuntería tras un pinchazo arriba y una estocada caída, para llevarse una ovación y un premio de arrastre lento, que en nuestra opinión tuvo que haber sido de vuelta al ruedo.

De segundo hizo Edu - “el Edu”, le dirían seguramente sus vecinos del multifamiliar -, que fue otro toro serio, largo como un día sin pan, negro y paliabierto, que echó las manos por delante a los primeros saludos de Miguel Ángel Perera. Venía lastimado del tren trasero, lo que no nos permitió verlo a cabalidad, y la lastimadura se reflejó en una aparente debilidad, que desmintió en el caballo, al empujar con fuerza tras un refilonazo y una vara mal puesta. En el quite del extremeño pasamos algún susto, pues recibió el torero una maroma espectacular, aclarando que se la dio él solito, de la que se levantó maltrecho y llevando una mano a donde la espalda pierde su casto nombre, lo que nos espantó sobremanera y nos hizo exclamar:


La cadera
de Perera,
tras fallida tafallera,
ha quedado pal arrastre.
¡Qué desastre!


Pero afortunadamente todo paró en el revolcón y pudimos seguir viendo al fenómeno, cuya juventud y condiciones lo salvaron, convirtiéndolo en pelota de esponja, y quedándonos convencidos de que si el tremendo golpazo lo hubiésemos llevado nosotros, a nuestros años, aún estaríamos en el quirófano reparando la cabeza del fémur.
Tras un no tan breve petardo banderillero, tomó Perera la muleta y estuvo magnífico con el bicho, sobre todo en una tanda con la zurda, para después pasar penas con el acero, recibir un aviso, descabellar de manera magistral y escuchar aplausos en el tercio.

Salió de tercero Ramoncín, mecachis con el nombrecito, cornivuelto, alto, muy serio, que encontró a un José Mauricio artista con el capote y seguro de sí mismo, cualidad que mantuvo durante toda la lidia de este toro. Tan seguro de sí mismo, vamos, que lo cambió crudo, cosa que poco le agradecieron sus banderilleros, que sudaron el terno y pasaron las de Caín para malparearlo a como pudieron.
Ante este toro, complicado en extremo, peligroso y mirón, José Mauricio hizo la faena más importante que le hemos visto, y nos regaló con el toreo de recurso mejor ejecutado que recordamos en mucho tiempo. Bien por este torero, que sabíamos de clase y que ahora conocemos como dueño de un valor a toda prueba y de un conocimiento técnico sorprendente. Encima, lo mató de una entera, cortando una oreja que algunos protestaron, quizá sin darse cuenta de la importancia de la faena y del peligro que tuvo el de las barbas.
Aún hubo otro detalle del joven matador: arrojó la oreja lejos de sí al escuchar las protestas, y sólo entonces inició una triunfal vuelta al ruedo.
A ver si otros hacen lo mismo y paran bien las orejotas, pa que oigan las campanotas.

Ochoa se llevó en cuarto sitio a Tecito, negro listón, largo y cornicorto, que clavó dos veces los pitacos en la arena, y quizá por ello no lo vimos. Como con él no hizo nada, pues nada relatamos, salvo una gran estocada que poco le agradeció la gente. Así concluyó una más de las insulsas actuaciones del compadre de José Tomás, a quien parece que sólo le aprende los enganchones.

En el lugar de honor salió un manso de libro, Joyito por mal mote, astracanado, cornivuelto y serio como sus hermanos pero, a diferencia de ellos, con pocas ganas de pleito. El Joyito de marras se emplazó a las primeras de cambio y se terció en los capotes de peones y matador, para hacerle después al caballo cosas muy feas, y a los de a pie no digamos, pues vimos a las claras que no hallaban los sindicalizados por dónde entrarle con seguridad a banderillas.
No nos parecía que les importara a los hombres ni mucho ni poco el herradero que se estaba armando y el paso del tiempo cuando, en ésas, se cabreó el Perera, mandó a la porra al juez, le ordenó de mal modo al peón español que tomara los palos, éste los arrebató de manos aztecas con peores modales y puso un par habilidoso para terminar por fin con el segundo tercio, con el orgullo nacional y con los reglamentos internos de la Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros. Así, señores, es como hay que hacerle con el Martín Esparza. Después, en la muleta, se confirmaron los malos modos del toro, que alcanzó a echarle mano a su matador, hasta que tras dos pinchazos y otro aviso se lo llevaron las mulillas, en buena hora.

De sexto hizo Bilbalero, que además de ostentar un bonito nombre, para variar, fue un zaino chiquito, peleonero en el capote de José Mauricio, y proveniente del encaste español de Barralva, lo que notamos no por nuestra agudeza indiscutible y preclara, sino por venir herrado del lado derecho y por las maneras de ir al caballo, levantando los cuartos traseros en el embroque.
Fue incierto, corto por ambos lados, deslucidísimo y totalmente a contra estilo de su matador. Una joyita, que recibió un metisaca en las costillas, un bajonazo y un descabello, y que por cierto no merecía más.

Y hubo regalito, pues Perera sacó de séptimo a Estudiante, también barralveño, un entrepelado listón, montadito de cuerna, que tampoco sirvió, aunque nos permitió ver un quite fenomenal de tafalleras y gaoneras.
El hispano, que se llevó otro achuchón, cero y van tres, hizo ver al torito mejor de lo que era, le hizo una faenita más que decorosa y luego lo mató con una estocada trasera y caída, recibiendo a cambio una peluda ratonera.

Y hasta ahí la nota roja.


Fuente: gentileza de José María Moreno Bermejo

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