“Un día, vi salir a hombros a Calesero y Procuna del Toreo. El sol se ponía y sus ternos tenían mil tonalidades que contrastaban con la masa informe que les llevaba en vilo. Siempre quise pintar ese cuadro. Y no me he decidido a comenzarlo, ¿sabes por qué?. Quizá no está ya fresco en mi memoria. Por eso digo que me gusta llevar expresiones ‘en vivo’ a mis telas…”
Hasta la llegada de Carlos Ruano Llopis a México, la pintura taurina en ese país carecía de tradición. De hecho, el gran artista levantino dio pie a la escuela mexicana. Fue a raíz de un encuentro con el genio valenciano cuando Francisco (Pancho) Flores (México, 1919 – 1984), se animó a dedicarse de lleno a la pintura.
Antes, aquel joven autodidacta y romántico en el concepto de su obra, dibujaba historietas y esbozaba maravillosos apuntes del natural. Su extraordinario dibujo, sin endurecer el movimiento de los lances como si estuvieran vivos toro y torero, dio paso a un estilo en el que daba muestras de no contentarse con plasmar figuras en el lienzo. Trataba de dar la mayor expresividad al rostro de los toreros una vez había llegado a sus almas como artistas.
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