domingo, 10 de julio de 2011

VENEZUELA: UN BICENTENARIO CHIMBO / Por Fortunato González Cruz


UN BICENTENARIO CHIMBO

Fortunato González Cruz
Por la calle real

Mérida, 11 de Julio de 2011.-
Jamás habría imaginado que el Bicentenario de nuestra Independencia nos hubiese pillado tan desguarnecidos, tan desmejorados, tan enclenques. Muchas vallas y avisos colocadas a lo largo y ancho de la geografía nacional, con un emblema copiado del ron “caballito frenao” que en mi imaginación etílica anunciaba festejos fastuosos, con adornos patrios colocados en postes, paradas de transporte público, ventanas de edificios públicos y privados. Pensé en el ornato patrio de toda Venezuela. También en sesiones solemnes en las instituciones, con oradores que hablaran de la importancia de los hechos recordados e hicieran reflexiones para el porvenir. Creí que se construirían obras perdurables como el segundo puente sobre el Lago de Maracaibo, o se culminaría el autopista de Oriente, o el tren central; o los metros de Valencia, Maracaibo, Barquisimeto y el trolebús de Mérida; que se levantarían monumentos de artistas afamados, se reeditarían libros emblemáticos y de nuevos autores que escribirían sobre el tema. Pensé en una Comisión Central que apoyaría las iniciativas de todos los que quisieran aportar a la Gran Celebración del Bicentenario de la Independencia. Creí que los venezolanos colocaríamos nuestro Pabellón Nacional en los frentes de las casas, o al menos de los edificios públicos. Pero ni eso. ¡Que chasco!

La página Web del Bicentenario lo dice todo: Una celebración híper concentrada en el centro de Caracas entre los escombros de remodelaciones inconclusas y sin una sola obra nueva; la exaltación del comandante que si no desplaza a Bolívar es porque se quiere su simbiosis en el imaginario popular; un desfile para decirle al mundo que si bien el Estado no construye casas para el pueblo, si compra armas y uniformes de todo tipo y calibre con la idea de un por si acaso. Como anécdota tragicómica y emulación chimba de las glorias de Boyacá, Pichincha, Carabobo y Ayacucho, el ejército que no desfiló libra la batalla por el Rodeo II donde 1600 presos resisten casi un mes, pertrechados de más armas y bagajes que el Ejército Libertador. Como sarcasmo, se le da el nombre de Bicentenario a un grupo de bancos quebrados por administradores boliburgueses y sostenidos por la renta petrolera.

El desfile oficial, que se supone muestra lo grande que heredamos de aquella generación fundadora, fue la apología de lo chusco, de la adulancia y del mal gusto: Una colección de ropajes forrados de adornos extravagantes con boinas rojas, guantes rojos, bufandas rojas, mangas rematadas en rojo y bordadas en oro, botas invernales y medallas ganadas en vaya a saber qué venta de pollos. Un refrito de carnaval de Río con parada china que grita a voz en cuello el nivel alcanzado por la revolución rojita.

Sin que gozaran siquiera de una mención oficial, casi en la clandestinidad, el país serio se reunió por grupitos en el Palacio de las Academias, en uno que otro centro histórico o académico, algún profesor con sus alumnos, los maestros con sus muchachos, la Iglesia Católica, actividades casi subterráneas. El grueso de la población se quedó en su casa a oscuras o condenada a escuchar más de los males que aquejan al comandante que los de hechos conmemorados, o se fue de paseo a disfrutar de un asueto carnavalesco sin su miércoles de ceniza, desorientado, confuso, antiparabólico, desprovisto ya de su capacidad de asombro.

Resulta fácil imaginar la perplejidad de Bolívar al contemplar semejante espectáculo de mala muerte, imperdonable para cualquier gobierno y mucho más para éste que se autoproclama heredero de aquellas glorias.

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