jueves, 24 de marzo de 2011

Félix Morales. Un español apasionado y fiel / Por José Utrera Molina

-Requiem por Felíx Morales-

Artículo publicado en ABC
 
Por José Utrera Molina

 
«Conocí a Félix Morales hace ya una treintena de años y puedo afirmar con rotundidad y creo que también con solvencia, que a pesar de mi larga trayectoria política, nunca encontré un tipo humano más digno de admiración como él. Ha muerto pobre y solitario, su única compañía era el apasionado servicio que prestaba sin contrapartida material alguna a la Fundación Nacional Francisco Franco, cuando otros, con mayores obligaciones que él, permanecían silenciosos y mudos. Todas las mañanas, sin faltar jamás, aparecía por la sede de la Fundación siempre con inquietudes nuevas y respondiendo con una gallarda valentía a los insultos, a las imprecaciones e injusticias con que trataban la obra, que él con tanto arrojo defendía. Qué cantidad de nobleza castellana había en su corazón, qué dignidad la suya, qué constancia en sus fidelidades esenciales. Cuenta de ello podría dar el Abad actual del Valle de los Caídos, que también ha conocido a fondo la singular personalidad de Félix Morales.

Hemos tenido situaciones de dificultad extrema, nunca le vi cabizbajo, cariacontecido o desfondado. Por el contrario un optimismo hijo de su fe palpitante y brava, nos contagiaba a todos y mirábamos conmovidos al héroe rebelde y solitario que al atardecer se permitía la licencia de descansar, recorriendo con su perro, los rincones de su viejo barrio. ¡Qué humildad la suya para encarar sin un gesto hostil los ataques más alevosos!. Jamás descompuso su figura, en ningún momento pidió ánimos a nadie, pues él los tenía de sobra.

Era un español viejo, capaz de untar al arado el resplandor de una lejana estrella. Entendió con profundidad el mensaje de José Antonio Primo de Rivera, cuya doctrina abierta a la reconciliación, exigió siempre respeto a los adversarios y ninguna animadversión a los que se constituían frente a nosotros como enemigos. Fue no solamente joseantoniano, sino falangista íntegro y pleno. Defendió a José Antonio de las injustas calificaciones que en alguna ocasión se publicaban en libros y revistas. Fue también leal a Francisco Franco y al Estado del 18 de julio, cuyo servicio prestó inmaculadamente y del que jamás se avergonzó. Era un gran creyente por eso estoy seguro que tiene un lugar de preferencia en el Valle de las aguas tranquilas. Estoy seguro que desde allí nos mirará, en ocasiones admirablemente agradecido a nuestro recuerdo. Estará con nosotros alentándonos para que venzamos como él las dificultades y los asaltos, las injusticias y las descalificaciones. Creyó en España, en su eterna metafísica, quizá porque no le gustaba y aspiraba a que en alguna ocasión pudiera producirse el milagro de una nueva y alegre primavera.

El ha muerto precisamente hoy, cuando se proclama una nueva y palpitante estación, envuelta en los viejos aromas y mecida por los vientos eternos, pero sin su presencia. Sin duda vivimos un tiempo distinto, con expectativas mínimas y con esperanzas a veces próximas a ser derrotadas. No me hago a la idea de no hablar con él como habitualmente lo hacía todas las mañanas. Llegaba a mí su voz en ocasiones entrecortada y soportaba la radioterapia final con un valor de antiguo legionario. Jamás conoció ninguna suerte de retirada, nunca se arrodilló ante los poderosos y sólo no mostró ningún género de complacencia ante la frecuencia de las versatilidades. Jamás arrugó su semblante, nunca concedió espacio a las lágrimas, las absorbió todas en un cántico que era un rezo penitencial por la patria a la que había entregado su honra y su vida. Nos faltará su presencia física pero el ejemplo de su abnegación, de su generosidad y de su entrega permanecerá para siempre en nuestra memoria. Su imagen no podrá estar jamás derrotada por los de siempre y él como un gigante limpio, afanoso y aguerrido, permanecerá firme y revocablemente fiel, sin cambiar de credo y de bandera aunque se encuentre en un lejano e infinito firmamento donde esperamos encontrarnos con él algún día. Hoy voy a poner las cinco rosas rojas sobre su corazón ya sin latido, y estoy seguro que comprenderá desde su lejanía, la cercana emoción de mi lastimado sentimiento.

José Utrera Molina
Abogado» 

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